Sentado en una banca en el parque Kennedy de Miraflores aguardaba a que ella llegara. Habían concertado la cita después de que ella lo ubicara en el nuevo trabajo. Pedro su asistente le había dicho que ella había llamado varias veces durante la mañana y otras por la tarde, preguntando por él. Le intrigaba por qué ahora lo buscaba si meses atrás ella lo había dejado, como lo había hecho otras tantas veces también, con fría actitud y con la indiferencia de quien poco o nada le importa alejarse. Agosto es un mes peculiar, en agosto es el cumpleaños de su único hijo y eso lo hace especial, en agosto el frío cede un poco en Lima, aunque sus mañanas grises persisten, en agosto siempre algo cambia en la vida de Antonio, piensa para si.
Que ella lo busque es anormal, Antonio sabe que no debe acceder a verla, pero él siempre cedió cuando ella lo llamaba, ella es su debilidad, podría decirse que frente a ella no había defensa que se resistiera a esa manera tan particular de mirar.
Superar la pena que le ocasionó el abandono de ella hace meses, fue muy duro para él, pero ahora ya no importaba, era ella quien lo buscaba y Antonio se sentía fuerte, o eso creía, pensaba sin mucha seguridad. Que ella se presentará en la oficina fue una total sorpresa. No podía atenderla, se lo hizo saber, ella insistió con ansiedad y quedaron para el viernes - no falles - dijo ella cuando se marchaba. El hombre se quedó con un océano de emociones, no durmió aquella noche.
Caía la tarde en Miraflores, comenzaba a lloviznar, en Lima solo garúa persistentemente, Antonio se paró de la banca cuando la vio venir y caminó hacia ella,
- Hola ¿Cómo estás? - saludo él.
- Estoy bien - dijo ella sonriente, inusualmente cariñosa - ¿Necesitaba verte, debo reconocer que te extraño y que cuando te veo me siento bien, me puedes invitar a algún lado donde podamos conversar? - agregó con coquetería y evidente nerviosismo.
- Claro - contestó Antonio disimulando su turbación y sorpresa - me sorprende que llamaras pensé que ya no querías conversar conmigo, ni que nos veamos..
- Cuéntame ¿Cómo está tu hijo, cómo estás tú, tu esposa?. No debería llamarte y molestarte, pero la verdad quería verte - dijo ella con zalamería, mirándolo a los ojos. Turbando al hombre.
- Dijiste que querías hablar conmigo - insistió él.
- Si, pero quiero pasarla bien contigo, conversemos, quiero reírme, olvidarme de todo y luego te cuento. Dependiendo de cómo te conduzcas - contestó ella desarmando las defensas del hombre.
- Vamos, cerca de aquí hay un lugar muy agradable - dijo él, imaginando que esa noche por fin lograría lo que soñaba desde hace tiempo.
Caminaron por el parque Kennedy, la ligera garúa ha cesado, caminaban distraídos mirando a los gatos, deteniéndose para encender un cigarrillo, conversando como dos buenos amigos. Ella se acerca de pronto y apoya su cabeza en el hombro de Antonio, toma su mano entre las suyas. Él corresponde a ese gesto y la mira enamorado. Sabe en su interior que no se resistirá a nada que ella le pida esa noche.
Llegaron a un local, entraron y tomaron asiento en una mesa cerca de la ventana, pidieron té de cacao, por recomendación de la azafata de la “Casa del Cacao” en la calle Berlín de Miraflores, a él le gustó, a ella no. - quiero café - dijo con algo de capricho.
Y él la complació, a esas alturas difícilmente se negaba a lo que ella quería.
Conversaron por largo rato, de ella, de todo lo que le gustaba salir a bailar; de sus días vacíos, como decía ella, conversaron del trabajo de él, de la nueva empresa en la que estaba, de su familia, de lo mal que se sentía en su matrimonio. Ella habló de su divorcio, de su hijo, de sus proyectos. Recordaron antiguos amigos con complicidad, los coqueteos juveniles, las fiestas a las que fueron juntos, Antonio había bajado la guardia, todo reparo, se sentía fuerte, ilusionado al lado de esa mujer que significaba todo lo que esperaba de la vida. Miraba su rostro y quería besarla. Ella sonreía coqueta cuando sus miradas se encontraban. Todo alrededor había dejado de tener importancia, sólo tenía ojos para ella.
Antonio recordaba esos días de agosto en Lima que marcaron su vida sentado en un café de la Gran Vía, en Madrid, mirando a la gente pasar enfundada en sus abrigos a través del cristal de la amplia ventana - la vida se escribe demasiado torcido, nunca pensé regresar y sentarme aquí - se decía una vez más, mientras apuraba el café con porras que tantas veces había extrañado. Madrid en invierno tiene un encanto nostálgico, el sol no abriga, solo ilumina la ciudad, le da un tono de alegría, Se imagina las calles madrileñas de los años 30 tan bien descritas en la novela de su amigo J. Pedro, creía que podría cruzarse con alguno de los personajes de “Jugarás bien tu partida” si se adentra por las calles y camina hacia el parque el Retiro y sonríe. Su pensamientos lo llevan a Lima nuevamente, está tan ensimismado en sus pensamientos que no escucha que le hablan.
- Señor, disculpe, desea algo más - le dice la azafata sacando de su arrobamiento al hombre que sujeta un libro.
- Oh perdón, estaba pensando, además soy sordo del oído derecho ¿sabes?, por eso no te escuché - contesta Antonio nervioso, como si lo hubieran pillado en una travesura.
- No hay problema señor - dice la bella azafata - me preguntaba si desea que le traiga algo más, otro café quizás.
- Claro, otro café americano por favor, espero a un amigo - contesta con una sonrisa mientras su mirada se pierde en un punto a través del ventanal que da a la calle madrileña.
Antonio regresa a su recuerdo.
Caminaron por Miraflores tomados de la mano, por la avenida Larco, se besaron con ternura en una esquina, como si en ese beso se juramentaran estar juntos toda la vida, o eso pensaba él. Ella pasó su mano por el rostro de él suavemente, acercó sus labios y mordió los de Antonio, él no se quejó, sonrió y la abrazó fuertemente. Estaba feliz.
Llegaron a un parque a la espalda de la iglesia Virgen de Fátima, donde se casó un amigo de ambos. Recordaron la fecha y se rieron juntos de las anécdotas de aquel día.
Se sentaron en una banca, él con su mano sobre el hombro de ella. Besaba su cuello y olía su pelo.
- ¿Quiero decirte algo pero no sé cómo lo vas a tomar? - dijo ella mirando al hombre enamorado - en estos meses en los que no te he visto muchas cosas han pasado y la verdad me di cuenta que pensaba en ti …y…quisiera saber si... - agregó antes de ser interrumpida por la impetuosidad del cariño de Antonio.
- Tranquila querida, no he dejado de pensar en ti ningún día, - dijo sin dudar Antonio, como si el dique de sus pensamientos se rompiera de pronto dejando brotar los sentimientos que guardaba - te amo querida.
Ella lo miró de frente y sin responder a la declaración de amor de Antonio, le dijo,
- Quisiera saber si me puedes prestar 500 soles para hacer una pollada bailable en mi casa. Tengo que juntar dinero para un proyecto que tengo - dijo ella con un tono de voz distinto al que hasta entonces tenía…
Él sonrió con pena, pensó que ella hablaría de sentimientos…
- Poeta, que gusto estrechar su mano después de tantos años lejos de Madrid - le dijo su amigo abrazándolo fuertemente.
- Es un gusto querido J. Pedro, veo que tu libro se vende bien y está en alguna de las librerías de la gran vía aquí en Madrid - respondió Antonio con afecto.
- ¿En qué pensabas Antonio? Estabas absortó mirando la calle, con la mirada como de quién tiene su pensamiento muy lejos - dijo J. Pedro el amigo.
- Pensaba amigo que a veces decir no, podría haber significado un destino distinto, un camino diferente, entonces me hubiera librado de tantos problemas - contestó Antonio
- ¿Hablamos de una cimbreante cintura? estimado poeta - dijo entre risas
- De nadie que valga la pena, creí que era alguien especial y al final comprendí, que nunca me amó - contestó sonriendo con ironía el aludido - De especial nada tenía, solo era alguien común con muchos problemas. Pero eso no importa, el presente es otro. Cuéntame amigo ¿Cómo va tu segunda novela?
- Bien - contestó J. Pedro. - sigo escribiendo...
Los dos amigos pidieron unas cañas y unas tapas para celebrar el reencuentro en la hermosa ciudad de Madrid