Sentado en la banca del parque, mientras observaba a las parejas de enamorados, el hombre recordaba los momentos como si fueran ayer. Imaginaba escuchar nuevamente los gritos, las recriminaciones, los insultos, las miradas de rencor, las palabras que como dagas dolían el corazón, los empujones, las bofetadas y los golpes. Las lágrimas y la fuga en medio del llanto, le causaban profunda melancolía…
Una escena que él había tratado de olvidar con los años, un suceso que había dormido durante mucho tiempo en su inconsciente, en algún baúl esquinado de la memoria. Lugar donde relegamos las acciones que queremos olvidar, ese espacio que vive tras la puerta imaginaria que cerramos en alguna parte del cerebro y que cualquier palabra o gesto puede abrir de pronto, dejando pasar sin avisar las culpas y los remordimientos otra vez…
¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Veinte, veinticinco, treinta años?....pensó.
- ¡Te dije que fueras a casa…!! - grito el quinceañero.
- ¡No quiero tú no eres papá!! – contesto la jovencita, con recargado maquillaje.
- ¡Pues te vas!!... – grito él, jalándola del brazo - Pues él dijo que nada de fiestas hasta la madrugada.
- ¡Y nada de trago!! – agregó furioso.
Un muchacho quiso intervenir en defensa de la joven, el quinceañero, en rápido ademán le empujo haciéndole caer al suelo. Y a empellones se llevó a la chica hacia la casa.
En la casa, de los gritos pasaron a las manos y de las manos, a las agresiones. Las huellas de la pelea quedarían selladas en el alma de la joven por mucho tiempo. El quinceañero olvidaría aquella pelea. Si bien eran hermanos, ellos eran totalmente diferentes.
Y la vida para cada uno….continuo...
Esa mañana él lloraba de dolor, sus compañeros en la obra le miraban intrigados, se preguntaban que le había pasado, pero ninguno se acercaba a preguntarle algo, respetaban su silencio y su espacio.
El hombre secaba sus lágrimas,y empuñaba la pala con fuerza, cada vez que la hundía en la tierra descargaba su dolor, su pena, su rabia contenida. En su mente repasaba la escena y sentía revivir los sentimientos encontrados que experimento la noche anterior. La incredulidad cuando ella le echaba en cara todo lo que había hecho por él, la sorpresa de ver esa mirada cargada de rabia y rencor. La sonrisa chueca en señal de desprecio y desdén, las palabras hirientes, desnudas, afiladas que cortaron su corazón, la crispación de las manos, el puño cerrado que le hacía ademanes agresivos y sobre todo, los insultos que pensó, jamás volvería a escuchar.
Cuando hundía en la tierra la pala con furia, intentaba mitigar la frustración y la vergüenza de haber reaccionado de una forma que creía olvidada….
Cuando el agua mojó el rostro de la mujer…el hombre perdió a su hermana. El la miraba llorando, con el vaso aún en su mano, la contemplaba casi con miedo. Y ella le observaba con furia, ofendida, agresiva.
Y clavó por última vez la pala en la tierra y se apoyó en ella, su respiración agitada, el cansancio de sus brazos, el dolor en la espalda, no calmaban el dolor que sentía en el pecho, en el alma.
- No sabía que me odiaras tanto, hermana, cuánto daño te hice esa noche….- dijo con voz queda, apesadumbrada, aquella vez... – y comenzó a cavar otra vez, buscando refugio en el cansancio…recordando lo sucedido cuando jovenes...
Sentado en la banca, aquel hombre que ya tiñe algunas canas, fumaba mirando el cielo rojizo de la tarde, admiraba como en el otro extremo, la luna se escondía entre las ramas de los arboles…y cavilaba.
- Mañana cumpliré cuarenta y cinco años, ahora tan lejos, me pregunto cómo estará mi hermana - especulaba el hombre en la ciudad que aún se le mostraba esquiva.
- ¿Pensará en mí? ¿Habrá borrado mi nombre de su memoria? Todos me dicen que no pregunta por mí, que mi ausencia no es un problema, por el contrario es un alivio – se decía a sí mismo, mientras una lágrima trémula asomaba a sus ojos.
- Por lo menos hace cinco años pude abrazarla, decirle que la quiero, que todo eso paso cuando éramos jóvenes…que estoy orgulloso de ella, de ser su hermano……lástima que no me creyó o no escucho lo que decía. Lástima que no me dio su perdón, lástima que me apartó de todo su mundo. Su rencor y el recuerdo de mi estúpida acción pesa más que el cariño que no supe demostrarle, que siempre escondí con arrogancia y orgullo, con palabras que dijeron todo y nada… - dijo mientras despejaba el humo del cigarro que había encendido.
Y aquel hombre dolido de sus acciones, de su pasado, reanudo el camino por la alameda, hacia las nubes cada vez más encendidas, como si se consumieran en fuego. Dejando tras de sí la luna que le acompañaba en completo silencio.
Y aquel mismo hombre que se perdía en la tarde…paso a paso se erguía otra vez confiado, poco a poco recuperaba el talante, el garbo, la arrogancia…mientras en la tarde un transeúnte escuchaba…
- Espero que la paz te alcance algún día…hermana querida….