Comenzaré
esta crónica diciendo a manera de sentencia “no tienes idea querida y bella K,
dónde vive Víctor” nosotros que creemos que tenemos una vida marginal,
aventurera, única. Nosotros que nos debatimos entre comer un chifa o un pollo a
la brasa. Entre ir al cine o quedarnos en casa. Entre decidir si vamos a un
evento Templofuriano, o a uno de “jueves de miércoles”, o a los sábados líricos
en el “Campo Ferial Amazonas”, somos
nada, ante tamaña realidad.
Para
comenzar, llegar hasta el pueblo, donde Víctor trabaja por voluntad propia,
implica una aventura que inicia los lunes a las tres de la madrugada, en un
lugar llamado “el terminal”. Allí parten
los autos que llevan a los docentes a sus puestos de trabajo en la sierra, en
donde están destacados. Los choferes me parecieron avezados, respetuosos pero
avezados, luego comprendería porqué. Es
que para aventurarse a manejar por los lugares por donde me
llevaron, tienes que tener una alta cuota de agresividad, coraje y locura. Viajamos por una carretera asentada, estrecha,
bordeando la sierra, los cerros o Apus, en la densa oscuridad. Con escasa
visibilidad mientras atraviesas la niebla o las nubes, pues Pauranga está cerca del cielo a más de 3,300 m.s.n.m. es
decir sobre las nubes costeñas.
No
dormí esperando caer por un barranco (tonta precaución, porque los profesores a
mi lado dormían a pierna suelta). Después de un rato de virar y virar, de no
moverme (pues me pusieron al centro dentro del auto), pude notar que la noche cedía lentamente a lo lejos sobre las
montañas, como solicitando permiso, se notaba la aurora. Jamás he dado tanta
curvas, dicen que son 40, a mi me parecieron mil. Casi al borde del vómito, notaba
que ascendíamos cada vez más y que el frió se acentuaba. El día se fue apoderando de todo y pude darme cuenta
que estábamos cerca del cielo.
Me
gustaría verte Mario Bross conducir por aquí y ver como lo haces. Aquí se
atreven los valientes.
Cuando
el auto que iba delante, tuvo que detenerse por pinchar una rueda. El auto en
que yo iba pasó a su lado, con malabares dignos de un circo. A la derecha había
una caída inmensa que decidí no mirar,
para no mojar mis pantalones. Pasado aquel incomodo momento y luego de otras
subidas y bajadas en curvas, que sumaron otras mil a las ya, mil curvas. El auto se detuvo al final de la
enésima curva. Habíamos llegado a Pauranga.
Bajamos.
Los
profesores de aire duro y torvo con apariencia de albañiles (me hicieron
recordar a mis queridos compañeros obreros de construcción en la madre patria)
con mucha amabilidad me hicieron pasar a la casa que comparten de lunes a
viernes. En perfecta camaradería.
No
tienes idea, querida K, lo injusta que es tu queja cuando en tu casa algo no
funciona o algo te falta, o cuando dices lo incomoda que te sientes cuando tu
puerta del baño perdió un pestillo, o cuando en tu cocina el microondas no
calienta con la rapidez que deseas. Aquí
carecen de tanto, que te preguntas como pueden vivir aquí y estar en este lugar
por vocación.
Casa
de ladrillos de adobe con puerta de fierro sin ventanas en el primer piso, con
un balcón rudimentario en madera.
-
Pase, su habitación está en el segundo piso –
dijo uno de los profesores y me sonó a broma.
-
¿Arriba? – pregunté tontamente. El profesor
Tovar (luego sabría su nombre) me miró de hito en hito.
-
Sí señor, el profesor Víctor ya está al
llegar, suba por esa escalera. Cuidado se golpea la cabeza o se cae – agregó,
mirando mis cosas, como con sorna.
Y
bueno, vi una escalera que se adentraba sobre un techo falso. Inclinada en casi
90 grados que torpemente la subí con mi mochila “Quechua” comprada en España.
Que ridículo me sentí al percatarme que se había ensuciado con la pared de
adobe. Como ridícula sentía mi cómoda vida hasta que llegué a este lugar cerca
del cielo. Esa impresión se acrecentó cuando caminé sobre los tablones que
representaban el piso de la segunda planta de la casa. Todos temblaban y
ninguno era seguro. Caminé sobre ellos con temor, cuidando de no golpear mi
cabeza con el techo inclinado en donde colgaban unas mazorcas de choclos secos,
al lado de unas frazadas polvorientas, hechas de lana de oveja.
Una
cama de madera cubierta de frazadas, una cocina a gas al lado, una silla, una
ruma de esteras acumuladas cobijan los tesoros de Víctor, sus libros. Una tina
acoge las papas, las cebollas, la fruta y todo lo que se consume aquí. Ese es
todo el mobiliario, que requiere nuestro celebre artista, para vivir en esta
puna, cerca de Dios.
Hay
otra habitación con una cama similar e idéntica inestabilidad en los tablones
que conducen a otra escalera casi horizontal y está a la puerta trasera, que da
al patio donde hay un caño al aire libre. Nada más.
Notarás,
querida K, que terminé de describir la casa y que todo esto da a este lugar un
aire de precariedad que jamás me fue posible imaginar.
Imagino
también, que te harás a estas alturas,
la misma pregunta que me hice mentalmente, (no pregunté) por temor a parecer un
natural imbécil ¿Y el baño? ¿Cómo le hacen? Me dije mientras escuchaba a mi
anfitrión.
Víctor, iba disponiendo mi estancia allí, me explicaba
que compartía la casa con dos maestros más, que todo era armonía y paz. Que
este lugar era la fuente de su inspiración, el hábitat que le permitía
encontrar la vena poética que tú, querida K y yo, tanto admiramos. Se nutre del
viento, decía, del silencio, de los paisajes hermosos y agrestes. Se inspira de
las soledades, de los Apus, de las vacas, de las aves, de los libros que puede
leer, porque el tiempo aquí está detenido y no se pierde nada importante en la
ciudad, como nosotros, querida K.
Así
meditaba, mientras le observaba y escuchaba atentamente. Pero lo que dijo, de
forma simple, como si me contará que el cielo es azul, me trajo de vuelta
-
Te habrás dado cuenta, que no hay baño –
sentenció
-
Si – respondí lacónicamente
-
Usamos esa casa abandonada de allá – dijo
señalando una casa al frente de donde estábamos, derruida sin puertas, con
pintas políticas.
-
Bien – respondí, tratando de ocultar mi
sorpresa
-
Si tienes que
ir – continuó - a usar nuestros servicios exclusivos , procura que sea de día, de noche el peligro
son las ratas – me decía como si me hablara de un poema de Pélvica, con total naturalidad
-
Ok – decía yo, poniendo cara a la
circunstancias
-
Bueno que
más debo contarte, a sí… no solo ratas también hay serpientes, pero todo
aquí te da sensación de libertad. ¿no crees? – preguntó con sincera y natural
sonrisa.
-
Si, sensación de marginalidad – dije yo
-
Puedes orinar desde el balcón si deseas,
nadie te verá, ten cuidado de no caerte
– dijo con una gran sonrisa que me pareció sincera e inocente.
Luego
te contaré, querida k, si usé los servicios o no, eso será quizás, motivo de
otra historia y te contaré como es mostrar el culo a más de 3 mil metros de altura
y no perder la dignidad en ello. Te lo prometo.
Por
la tarde salimos a caminar por la carretera hasta un puente corto, en medio de
la puna, el aire frío que raja mis labios, los pasos cortos para evitar el
soroche, las fotos del paisaje, la conversa amena con mi anfitrión, todo
tuvo un corolario espectacular. Escuchar a nuestro amigo disertar sobre Martín
Adán, sobre José Martí, recitar un poema
en la puna (lo grabé, pero se perdió luego), compartir historias personales, mientras cae la tarde y
la noche nos envuelve, es algo que no podré olvidar en mucho tiempo. El cielo
estrellado es indescriptible, la luna que serena nos vigila debes de verla, el
ladrido de un perro asustado por dos sombras que vienen, suena delicioso. Mis
orejas frías, mis manos heladas, son una
sensación que lejos de molestar me hacen sentir vivo y además de todo, el
silencio.
El
silencio que nos envuelve es digno de ser mencionado aparte, porque es tan
profundo, que a veces creo que me quedé definitivamente sordo y debo exclamar
en voz alta “Puta madre, me quedé sordo” para escucharme y no creérmelo. Este silencio me recuerda a algunos lugares en
donde viví intensamente, me recuerda a personas que quiero con este corazón apasionado. En este silencio, querida
K, no camino, me elevo. El silencio y yo nos llevamos bien, creo. Es tan intenso que parece que mis
pensamientos lo perturban, así que dejo de pensar y me concentro en todo lo que
veo a mi paso, escucho mi respiración, los pasos que doy en la tierra o el
zumbido de una insolente mosca, el movimiento de los árboles. Este silencio es
el que inspira al poeta que visito. Ahora entiendo muchas cosas y porque es tan
profundo cuando escribe y porque su hablar es tan motivador. Te gustará acá si
vienes.
Dicen que los espíritus deambulan siempre a
las 3,00 de la madrugada, esta vez soy yo el que lo hace, con una fuerte resaca
y además muchas ganas de orinar.
Siguiendo el consejo de Víctor tuve que hacerlo desde el balcón, con el cuello doblado
porque no está hecho para alguien de mi tamaño, en la oscuridad de este lugar,
nadie podría verme, eso es seguro, pero no contaba con el frío de esta hora.
Imagina la escena querida K, parado al borde del balcón que se mueve como en una cuerda floja. Yo haciendo equilibrio,
con el cuello doblado y buscando “el
pajarillo” que se negaba resentido a salir por el frío intenso de esa hora. Qué
vergüenza querida K, que vergüenza cuando en Lima me quejo de las cosas que
tengo y no valoro. A estas alturas sonrío cuando recuerdo las veces que has dicho
“Víctor, quiero subir a la puna contigo”. Nos intriga a él y a mí si te adaptarías a estas
condiciones. Nos preguntamos si tu marginalidad, soportaría esta prueba. A
veces decimos que sí. Te sabemos valiente, decididamente poeta, pero eres tan
linda, dulce y frágil, además de valiente, que no sabemos si te adaptarías.
Perdona
si esta crónica a estas alturas, te
parece algo confusa. Sucede que hace unas horas
compartí una riquísima sopa de gallina, con todos los docentes,
preparada por el cocinero mayor, profesor Danfer y luego como debe ser entre los hombres rudos de estos
sitios, compartimos un buen ron Cartavio que trajo el buen profesor Tovar. Todos
reunidos conversamos de todo, me contaban de
lo que significa estar aquí, de los alumnos, del gobierno central y las
limitaciones que tienen para enseñar. El
auxiliar profesor Luis, el negro, me indicaba como hacen los alumnos para venir
a estudiar a veces caminando desde lejos. Intervine y les conté algunas
experiencias personales. Me sentía pequeño frente a ellos y sus circunstancias.
En algún momento dejé de hablar, es que si yo no me entendía, menos lo harían
ellos, pensé, luego del quinto vaso.
Recuerdo
haber rodado por el suelo de tierra, para parame luego con dificultad, he
intentado luego subir la escalera empinada y haber gateado, emulado a los gatos
y su felino andar. Recuerdo además, haber peleado con las mazorcas de choclos
secos que colgaban en la habitación, supongo que por un momento me sentí Quijote y los
confundí con algunos familiares y buitres virtuales que esperan mi caída y
fracaso en la vida. Testigos mudos del combate con mis demonios imaginarios, son
los granos regados en los tablones, ahora. Y después de dar tamaño espectáculo,
caer como solo yo podría hacerlo, pesadamente sobre el petate de
Víctor, quien agradecido de no tener que cargar con mi tremendo peso, me
ayudó a enfundarme en mi bolsa de dormir. Dice nuestro amigo, que me escuchó
repetir un nombre femenino varias veces con pasión, antes de abrazar a Morfeo.
Quedate tranquila querida K, no fue el tuyo, hay una musa en Lima, que escapa
de mi vida, sin poder detenerla y siempre que bebo, la invoco, pero igual se
sigue alejando.
Prometo
formalmente nunca más tomar como lo hice, siempre lo digo y me miento
descaradamente. Esta noche nos espera un “calientito”. Solo espero que mi aire
de citadino imberbe, no haya perdido algo de respeto y de la arrogancia que me acompaña a todos lados.
Ahora
más despierto y lucido cierro esta crónica, que no describe todo lo que se
experimenta aquí cerca del cielo. Es seguro que nuevas experiencias tendré,
faltan algunos días aún para retornar a la rutina de la ciudad. A los micros, a
la bulla, a ese ruido de ciudad que no duerme, a los ambulantes, a los taxistas
que me insultan, por mi lento andar al cruzar una esquina, a caminar en guardia
esperando un asalto, a los eventos de poesía, en donde todos se conocen y ya no
hay nada nuevo, a la noche de caminatas para cansarme y dormir, a la casa donde
hay una gran ausencia que duele mi corazón, a las calles y avenidas que no me
dejan escuchar mis latidos, a los amigos que hacen que los días sean más
llevaderos, al internet, al face, al chat, a dejar de ser uno y ser parte de
las esquinas, al recuerdo de la mujer que espero, a la nostalgia por mi hijo.
De seguro regresaré a esa rutina, pero con algo diferente en mí mirar, de eso
estoy seguro.
Hoy iré al colegio a contar un cuento, mañana
saldremos de paseo a la puna, y seguiré contando cuentos e inventándome otros,
pero antes de ponerle un punto final a estos pensamientos debo declarar algo
más. Y es en serio.
Hasta
que llegué aquí, querida K, creía que mi vida era marginal, que iluso he sido
todo este tiempo, que equivocado he vivido. Al escribir estas letras, (acompañado de
Silvio Rodríguez, con su canción
“Testamento”) mirando la montaña frente a mí, observo el color oro que adquiere cuando los rayos
del sol le bañan. Contemplando esta inmensidad. Me digo ciertamente, nada de lo
que he vivido, tiene significado hasta hoy. Mis quejas y depresiones absurdas,
son un sin sentido banal. Mis viajes a España, lo que viví allí, a Chile, a
Argentina, a Ecuador no me prepararon para esta experiencia. Nuestra
Marginalidad es un chiste si la comparas con este lugar y con la labor que hacen estas personas toscas y
rudas pero de buen corazón, en silencio y sin reconocimientos. La labor de nuestro amigo, profesor, poeta,
ensayista, editor y sobretodo hombre
simple es loable. Subir hasta aquí, junto a otros marginales, para enseñar a
otros porque su vocación le trae y aprovechar estas circunstancias para
nutrirse del valor que la vida tiene y plasmarlo en sus libros, es un acto
Marginal sublime.
Y él,
Víctor Salazar Yerén es un redomado
Marginal. Recuérdalo siempre y recuérdamelo cuando alguna duda asalte mi cómoda
vida en Lima y comience a quejarme de algo.
PD: Ya
es de día, vengo de la casa de enfrente, ha sido toda una experiencia, el ichu
crecido acarició mis nalgas, el viento es amigo y el silencio cómplice. Atrás
dejo una fiesta de moscas indescriptible, tengo además ahora una mosca – amiga que
me sigue a todos lados, el zumbido ya no molesta. Preparo mi cuento, voy por
los alumnos.
Mi vida recién comienza. Tengo todo.
No
tienes idea, querida K, lo bien que se está aquí.
PD2:
Querida K, si piensas en venir te sugiero que traigas un bacín y para que tenga
glamour, le pintas esos paisajes tan
lindos que haces.
Disfrutarás de Pauranga.