Es extraña la relación que tengo con el lejano país del
oriente, aquel del sol naciente. Me explico por qué.
Con 19 años cumplidos en
1987, mi padre, marino mercante, preocupado por mi exagerado enamoramiento (léase
amor cholero) con una chica, puso sobre la mesa del desayuno de un día de julio, un pasaje para
Japón.
- Vamos, te quedas con mi amigo Julio Higa, yo
regreso a Lima y luego cuando regrese a Japón, te visito y si no te has
acostumbrado, te regresas conmigo. - ¿Qué dices?
Y yo, le miré de hito en
hito, sopesando mis palabras, respondí.
- Déjame pensarlo.
Que tonta es la juventud,
pienso ahora. En ese entonces corrí a recoger a mi enamorada de la academia y mientras
la llevaba a su casa, le conté, “antes
de irte nos casamos” dijo. Y yo me asuste. No quería perderla, y viajar no era
urgente y me causaba temor en ese momento, así que no acepte y dejé pasar el oportunidad.
Con el tiempo me relacioné
con muchachos de la colonia japonesa del Perú. Mis amigos nikei, comenzaron a
emigrar a Japón y yo iba a despedirles
al aeropuerto. Dos años después en 1989, mi padre estaba por salir de viaje y en
el último desayuno dominical antes de partir, me dice.
- El viaje que haremos será largo, Ecuador, Panamá,
Hawái, Corea del Sur, China, Hong Kong,
Japón, Singapur, todavía no sabemos el retorno. Anímate vamos hijo, será bueno.
- No lo sé, la universidad, los exámenes – dije,
justificándome.
- ¿Sigues con tu enamorada? – preguntó
- Si, ¿Por qué? – pregunté desafiante.
- Por nada, piénsalo serán unos ocho meses de travesía
y una gran experiencia para nosotros – dijo con indiferencia.
- No quiero – dije con insolencia.
- Yo voy papá – exclamó mi hermana.
Y ella viajó por el Asia y
yo me quedé feliz con mí enamorada en Lima y lo más lejos que llegué fue a
Cerro Azul en Cañete por el sur, y por el norte llegué a Trujillo y hacia el este llegué
a Chosica.
Al retorno mi hermana terminó
la universidad y emigró a Italia, lo que conoció le dió otra visión del mundo y quiso conocer más. Mientras que yo descubría que escribir poesía
y contar cuentos era algo que me gustaba con pasión, pero que en mi familia
nadie me apoyaría. Por esos años me equivocaba más de lo que acertaba en mis
decisiones.
Pasaron los años, me casé
con la enamorada, tuvimos un hermoso hijo, dejé la universidad, conseguí un trabajo
e hice lo que se espera de un hombre que se convierte en padre y se casa. En todos esos años cada vez que me levantaba
para ir al trabajo, cada vez que marcaba mi tarjeta de ingreso a la oficina, me preguntaba ¿por qué no viajé?
por imbécil, me decía una tenue voz que yo apagaba con un lacónico, “calla
mierda” porque sabía que tenía razón.
Arturo Hiraoka, padrino de mí hijo se fue a Japón por los años 90, él vivía en Tokio y me decía que vaya a trabajar para allá, pero mi padre ya se había jubilado de la marina y yo veía como imposible reunir el dinero para emprender viaje, sin embargo yo quería conocer Japón y seguía soñando con viajar allí. En realidad quería viajar y conocer más de la vida y el mundo.
Arturo Hiraoka, padrino de mí hijo se fue a Japón por los años 90, él vivía en Tokio y me decía que vaya a trabajar para allá, pero mi padre ya se había jubilado de la marina y yo veía como imposible reunir el dinero para emprender viaje, sin embargo yo quería conocer Japón y seguía soñando con viajar allí. En realidad quería viajar y conocer más de la vida y el mundo.
Y así, siguieron pasando los
años y siguieron mis intentos por encontrar un camino hacia algún lado. Mi hijo
creció, me separé de la enamorada que
fue luego mi esposa, me enfermé del corazón tres veces, me fui a España,
a Chile, a Argentina y regresé. Me volví
a casar y me volví a separar. Varado en Lima, trabajaba por ese entonces
en la municipalidad de Lima y asistía a cuanta invitación me hacían, la idea era no quedarme solo en casa.
Una tarde de 2014, me dirigí
con unos amigos al Matzuri en La Unión, el club peruano japonés, compartía con
ellos cuando en un momento digo, “yo iré a Japón alguna vez, ya verán” todos ellos
se rieron, tomando mis palabras a broma.
Para ingresar al Estadio La
Unión, antes debes pagar tu entrada y te entregan un ticket (en mi caso el 1055)
que te da derecho a participar en los sorteos que
realizan en la jornada.
Cerca de las 7.00 de la
noche estaba sentado en la tribuna viendo el espectáculo cuando en los parlantes
anunciaban el sorteo de un televisor de 50 pulgadas, de una refrigeradora, de
una laptop y demás. El anfitrión, quien
dirigía el sorteo anunciaba los números ganadores, hasta que llegó el momento
del sorteo que muchos esperaban.
- Y ahora amigos sortearemos un pasaje Lima - Tokio
- Lima, a ver escojan un número, muy bien, un momento que ya nos traen el número. Aquí está,
el número ganador es el 1055, por un pasaje Lima - Tokio – Lima. A ver, acérquese
el ganador.
Tardé unos segundos en
reaccionar.
Me había ganado el pasaje a
Tokio, Japón.
Fui y lo recogí, estaba en
shock. Dije algunas palabras que no recuerdo con exactitud. Mis amigos se acercaron
y me felicitaron, alguien más por allí palmeo mis hombros. Terminó el Matzuri
con los acostumbrados fuegos
artificiales. Me retiré luego al cuarto en el que estaba viviendo. Aquella
noche no dormí, estaba soñando.
Pasaron los meses y pasaron también
muchas cosas en mi vida. Volví a Chile,
con la ilusión de volver a empezar una vida nueva y como algunos de los sueños
que tuve, solo fue eso, un sueño. Regresé de allá con muchos gastos y poco
dinero. Pero con el pasaje a Japón aún intacto.
Muchas cosas más fueron
sucediendo, llegó la fecha en que el pasaje expiraba, 15 de Octubre de 2015,
aquella tarde contemplé el pasaje por largas horas. Meditaba sobre dejar todo y
subirme al avión sin mirar atrás. Llamé a la agencia y solicité una prórroga, “no
se puede caballero”, lo transfiero, “no se puede caballero”, lo vendo, “no se
puede caballero”. Lo coloqué sobre el
escritorio de la oficina en la que trabajaba. Luego lo regresé a su sobre y lo guarde
en un cajón. Mientras cerraba el cajón, sentía como moría el sueño dentro de
mí, como si a una parte de mi le dijera, no puedes .
No iría a Japón y lo acepté, mi presente en ese momento era otro. Aquella tarde
comprendí lo que cuesta dejar el sueño
de toda una vida por lo que crees que es lo correcto. No conocería el Japón,
pero sería feliz.
El tiempo, que es el mejor
juez, me mostraría luego que mi renuncia no valió la pena. Ni lo uno, ni lo
otro. Ni fui a Japón, ni fui feliz.
La vida enseña de muchas maneras
y cuando no aprendes con lecciones simples, ella misma se encarga de volver con
la lección. En realidad todo tiene un porqué, estoy seguro que no era el
momento. La vida enseñó que los sueños se persiguen y ahora estoy aquí.
Japón aún me espera. Iré de todas maneras