miércoles, 27 de octubre de 2021

Poco...




No tengo amo que avasalle mi conciencia

ni dueña que guíe mis pasos,

del abandono extraje la libertad

de ir y venir sin pasaporte

sin 'te quiero" 

sin apegos

aunque ese tesoro que es la libertad 

esté en manos 

de quién se fué     sin mirar atrás 

 

En la soledad de este cuarto 

entre cuadros de kamasutra 

sobre un tántrico mueble bermellón

desahogo las ganas de tenerte aquí,

de memoria acaricio tu piel cremosa 

respiro de tu boca la vida 

sueño con la hendidura al final de tu espalda, 

frontera de los conflictos de Apolo y Afrodita


Si me hablas   suspiro

Si me ignoras   

como ilota, no reclamo

entre tú... 

y este enamorado 

hay paredes que dividen ideas 

crece un océano de mar en calma 

que acumula olvidos 


No tengo amo

no tengo dueña

no hay perro que ladre  mi camino

No hay techo 

no hay mesa, solo una silla  

un libro de poemas 

una maleta 

un pasaje 

el alba que llega


Y este amor, 

que es muy poco para ti.













domingo, 24 de octubre de 2021

No me gusta (no lo leas)




Me sucede siempre y seguro que a muchos también, decir "no me gusta" sin conocer el contenido, el sabor, de qué trata, de qué está hecho. Así me ha sucedido siempre. Me he perdido de cosas por ese absurdo concepto de negar lo desconocido, que en buena cuenta es mucho de inseguridad y poca confianza. 


Durante años en casa quisieron que probara y comiera un plato de frejoles con seco de cordero, y durante años me negué. “Prueba el choclo con queso, con aji de casa” me decían, respondía lo mismo. “Vamos al sur, a la playa” , dijeron un día mis amigos, “me aburre la arena”, contesté. “ A esa chica le gustas”, “tiene piernas flacas y pelos en los brazos”, respondí un par de veces. “Vamos de viaje a Japón” dijo mi padre hace mucho tiempo, “yo quiero a mi patria” le dije altanero (tremenda tontería). “Toma te regalo esta novela, lee Madame Bovary”, me invitó mi abuelo, “es un poco aburrido” contesté ignorante. 


Cada quien, estoy seguro, tiene sus razones para negarse a ciertas cosas nuevas. En mi caso muchas veces era el temor a lo desagradable, el poco dinero, la falta de coraje para la aventura, el temor a lo desconocido, la pereza y el aburrimiento y un sin número de pretextos de alguien poco proclive a abandonar su espacio de confort. Sin embargo lo que no se aprende en un momento de la vida, ella misma te lo vuelve a enseñar y a veces de maneras graciosas o poco amables, según sea el caso. “La vida, el amor y sus esmeros” como cantaba la "Negra Sosa", siempre extendió su mano y me enseñó cosas a través de las personas. 


Como sea con casi dieciséis años, un día fui invitado al Coliseo de gallos “Sandia” no sabía qué era ese lugar, cerca a la plaza Dos de Mayo, cuando llegamos mis amigos del colegio pararon en una carretilla que vendía choclos con queso con ají de huacatay. Yo los miraba estupefacto y con cierto asco. Comían con placer y gusto todos ellos."El Ñoño” bañado de sudor en la frente y alrededor de sus labios me increpó.


  • Chino,¿ por qué no comes cuñao?

  • Seguro no tiene plata - dijo "El gusano”

  • No me gusta, cuñao- dije con gesto agrio.

  • Señora sirvale a este sonso que nunca ha probado. Yo te invito huevonazo - y todos se rieron - ojalá tu mamá no se entere y te castigue - para ese entonces sufría de “mamitis dependencia'', si ya era una hazaña estar allí con ellos, comer con ellos era otra cosa.


Pero esa tarde experimenté lo que significa comer un choclo con queso en el Perú, algo inexplicable en palabras, en ningún lado encontrarás algo tan delicioso y tan nuestro. Para mí fue un descubrimiento esa explosión de sabores en mi paladar del ají, el queso y el choclo. Es lo que más extrañaba cuando estuve fuera. Mi sobrina Paola cuando vino de España fue lo primero que me pidió comer, un choclo con queso,  y luego se quiso quedar aquí en el Perú.  


Otro día mientras caminábamos por Lima, buscando repuestos para auto, llegamos a la plaza Manco Capac, la misma del monumento del Inca donado donado por la colonia japonesa, esa tarde comimos los famosos “pan con suela con harta cebolla” del distrito de La Victoria, no podía creer que existiera algo tan delicioso, pero tenía que ir acompañado con su Chicha Morada como afirmaba "La Rata”, quien invitó sabiendo que no lo había probado hasta ese momento, hasta hoy cuando lo recordamos no sabemos de qué estaba hecho.. Aquella vez comímos parados al costado de una carretilla, mientras les hacíamos ojitos a las damas de la noche que ya salían a trabajar a la plaza. Para quien no salía de Pueblo Libre era todo alucinante.


Así fue como (pienso) poco a poco fui venciendo mi natural resistencia hacia lo nuevo y extraño. Rompiendo temores, tabúes, ideas, “mamitis dependencias” muy personales. Paradigmas les digo yo, algo así como creencias inculcadas y adquiridas con los años que solo limitaban mi camino. 


Un domingo probé por fin los frejoles con seco de cordero de mi abuela, me gustaron tanto que repetí el plato dos veces y besé las manos de mi Luca, se rió tanto que casi se orina parada en la cocina.


Un buen día me fui de campamento con mis amigos al sur y contemplé un atardecer en silencio, alejado de todos, medio borracho y con el mar mojando mis pies.  Otro día invité a la chica de piernas flacas y vellos en los brazos al cine y luego a tomar helados y realmente disfruté tener una amiga, dejando mi natural timidez. Me aficioné a caminar por Lima y a veces regresaba del Rímac, donde vivía Rosita, la primera chica de la que me enamoré,  caminando por horas hasta Pueblo Libre, cuando se podía caminar sin ser asaltado.


No conocí Japón ( y eso que me gané en un sorteo, un pasaje ida y vuelta que no usé, mis amigos aún me insultan y regañan por eso) pero sí viajé a España, luego a Chile y luego a Argentina y Ecuador. Cuando entendí que mi espíritu no se conformaba con vivir una vida rutinaria, apagada, complaciendo a otros en sus egoísmos..


Las experiencias se fueron acumulando en la medida que mi pensamiento se expandía y me rodeaba de personas positivas, lúdicas, abiertas. Sin ideas limitantes, dispuestas a conocer y aprender. Pero sobre todo cuando esa voz en mi interior, la misma que escucho en el silencio, fue haciéndose más importante y fui conociendo más de mí, de mis fortalezas y debilidades. Sobre todo cuando solté el pasado.


Caminando por una feria de libros una tarde, mi mirada se encontró con Gustave Flaubert que me invitaba a leer su Madame Bovary. El mismo libro que mi abuelo me regaló y dejé en alguna mudanza, allí estaba encima de todos los demás invitándome a descubrirlo. 


Como dije, tuve el libro por muchos años y jamás lo llegué a leer por parecerme aburrido, tedioso, nunca pasaba de la cuarta página. Hace unos meses mi maestro, (que no desea ser nombrado, para no perder prestigio con tan mal alumno) me dijo, "debes leer Madame Bovary de Flaubert". Y como imaginas lo primero que dije fue, " es aburrido"...


  • No es aburrido, tu eres un imbécil - dijo con su característica dulzura, creo - solo lees best seller y eso no enseña nada.

  • ¿Y qué tiene de malo? - respondí, controlando mi deseo de patear su bastón.

  • Recuerda que he leído "Un mundo para Julius" de Brice Echenique, y eso me hace importante - argumenté burlón sabiendo que se fastidiaba.

  • Léelo ignorante y no hablemos más. Madame Bovary es lo mejor que se ha escrito - sentenció levantando el bastón.


Recordé ese diálogo cuando el libro me encontró y sin pensarlo mucho  lo compré.  


Hace unas semanas, lo saqué de la mochila  sentado en un bus y me forcé a pasar de la cuarta página y como siempre me sucedió, comencé a disfrutar de la experiencia. 


Cosas buenas han pasado cuando he vencido mi naturaleza negativa, Pude descubrir que Emma Bovary tiene mucho de mí y de todos. Le aburre el tedio, la rutina asfixiante, la vida sin sentido, esa de dormir, comer, cagar y repetirla diariamente. A ella, Emma Bovary, una mujer culta para su época, una dama instruida, no le acentaba el papel de mueble o adorno y eso de estar predestinada a un simple rol de ser ama de casa, el ser considerada como personaje de segundo plano mataba sus sueños. Ella solo deseaba emoción en su vida y un sentido más allá del aburrido destino que para unos ya está escrito. 


Descubrí a Emma Bovary de Gustav Flaubert, y reconocí a la Francia que me mostró Dumas. Es tan descriptivo que volví a viajar por Europa mientras cruzaba una Lima caótica, agresiva, cuando me concentraba en el libro estando en el transporte público de aquí, podía escapar del ruido limeño y pasear por la campiña, imaginar un pueblo francés con sus banderas tricolor y el verde intenso de los campos europeos. Leer sobre el concepto de Dios en la pluma de Flaubert, causó una verdadera revolución en mis anquilosados conceptos y creencias construidas.


Aún no termino el libro, y no quisiera que la trama llegué al final. Emma me tiene atrapado con sus suspiros, no deseo soltar sus manos, ni dejar de acompañarla en sus pensamientos.


Sonrío entonces cuando entiendo una vez más que los límites siempre los he puesto yo en mi vida y las decisiones que he tomado. Ya viajé en moto al sur con el buen Rater, pronto me iré más allá en pos de mí sino. Aún hay mucho que tengo que  hacer, aprender y conocer. 


Una de ellas es entender que la tierra gira alrededor del sol y no gira alrededor mío, (eso afirma mi maestro). Es que la experiencia propia es un  "Lento caer a la vida" * y yo, sigo cayendo con buenas y malas experiencias. Al final la felicidad es un conjunto de buenos recuerdos, tan efímeros que a veces no descubrimos que ya somos felices, con simples cosas.


La vida siempre nos muestra lo que necesitamos. 


Recuérdalo.








* Nombre de mi primer poemario.









 



 



 

viernes, 15 de octubre de 2021

Tengo...

 




Tengo un oído sordo 

que escucha solo murmullos 

es algo así como un cuchillo sin filo

tengo un ojo que ve espejismos 

en horas que los gatos ven almas perdidas 

tengo la palabra que endulza 

pero no convence,.solo seduce 

tengo las ansias inconformes

de quien merece un amor correspondido

una melancolía 

que rima con abandono

tengo un dolor en la piernas 

que compiten con la pena  del alma por aquellos que ya no están conmigo


Tengo también el cabello largo

señal de mi rebeldía con la vida que tuve 

tengo un verso inocente crucificado en alguna sábana, 

tengo el temor de ser el pequeño 

que no alcance la inmensidad y llegue solo a mediocre

tengo muchos motivos para terminar el libro 

y uno solo para continuar la trama.


Tengo hambre 

tengo ganas 

tengo un ritmo que no es el de todos

tengo el don de decir, sin explicar el porqué


Tengo la soledad y el silencio por íntimos amigos 

todo lo demás que tengo, 

viene con la vida 

 








jueves, 14 de octubre de 2021

Un edificio con 14 gatos, dos pericos, un perro enano, un perro viejo, una paloma muerta... Y yo


 

Un edificio con 14 gatos
dos pericos, un perro enano, un perro viejo
Una paloma muerta...
Y yo.

En realidad somos los inquilinos de una historia que no se escribió. Perdona si el enunciado sonó a adivinanza o parecía el preludio de una historia y la intriga quedó flotando. Pero es mejor explicarlo así, de la única forma que sé hacerlo, contando el motivo de esos post.

Hace unos días desperté como siempre, extrañando a quienes ya no me acompañan, con esa melancolía pegada al alma como las rémoras a un escualo asesino. Tenía que ir a la feria de Chaclacayo y no tenía ganas, la pereza y la poca voluntad estaban conmigo. Como sea me dije que lo mejor era salir a quedarme entre cuatro paredes.

Había una paloma en lo alto del poste despreocupada, que llamó mi atención. Noté mucho silencio, algo extraño, los pericos de mis vecinos siempre están cantando por las mañanas. Desde mi ventana cada mañana los veo saltar y correr girando la rueda que tienen dentro de su jaula. Esta vez los vi acurrucados en un rincón, “el frío” pensé, mientras me preparaba para el día.

Luego de unos minutos salí, cerré la puerta con la mochila cargada en mi hombro, sentía que era observado, amarré mis zapatillas, alcé la vista y me asusté. Frente a mí desde la azotea contigua estaban 14 gatos (los conté) observando fijamente mi rutina. Qué sobresalto, nunca he visto tantos gatos juntos. Me moví a la izquierda y ellos siguieron mi paso moviendo a coro sus cabezas, retrocedí, caminé a la derecha y ellos movieron otra vez sus cabezas. ¿Qué pasa? les pregunté en voz alta retador, no hubo respuesta. Solo sus fijas miradas sobre mi. Caminé despacio, tomé la escalera y ellos me observaron bajar desde las cornisas. Qué extraña sensación. No sé porqué pensé en Edgar Allan Poe, que tanto le gusta leer a Mauricio. Traté de explicarme la razón de ese seguimiento, recordé que cuando era niño y llegaba a la casa de mi abuela en Miraflores, sus gatos se escondían cuando me veían entrar. De niño me encantaba tirarlos al techo sujetando sus colas, aunque arañaran mis manos. Era para saber si eso de que caen parados era cierto.
¿Sabrán eso estos gatos que miran?

Crucé el corredor hasta la recepción, no estaba el anciano conserje, salí a la calle y lo encontré paseando a su viejo perro que apenas puede caminar. Me han contado que en sus buenos años ese perro viejo era un gran cazador de gatos y ratas, terror de los amigos de lo ajeno. Será por eso el cariño que le guarda el anciano al perro. Me acerco y acaricio su cabeza en señal de respeto, el canino intenta mover la cola, veo en sus ojos tristeza y resignación, camina con dificultad, mira con nostalgia la calle y se queda quieto como recordando. Lo entiendo, a veces los recuerdos me alcanzan como a él. Me despido de los dos y camino al paradero.

Unos metros después, de un jardín me salta un perro chusco enano, esos de cabeza desproporcionada y cuerpo pequeño, lo esquivo a duras penas. Reconozco al mismo perro que sorprendí en el edificio hace unos días orinando las bicicletas que dejan algunos vecinos. El mismo perro que espanté a gritos y pateé cuando quiso morderme. Lo había olvidado, por lo visto él no me olvidó. Repuesto de la sorpresa, mientras el pequeño atacante me ladra y me enseña los dientes, ensayo un puntapié pero resbalo en la acera húmeda y caigo sin poder sujetarme de nada.

Sobre la acera, con los brazos en cruz, me siento ridículo peleando con un perro y comienzo a reirme a carcajadas ante la sorpresa de los que pasan a comprar su pan, entre ellos la venezolana de anchas caderas y curvas endiabladas que hace taxi (creo que ahora no aceptará mi invitación al Cuzco). El perro enano me mira como satisfecho con la lengua afuera. Ya se vengó y yo hice el ridículo en la calle.

Me incorporo adolorido como puedo, riéndome, miro hacia el cielo, respiro hondo, me siento vivo. Necesitaba reír.

Llego a la plaza Bolognesi, tomo la custer que me llevará a Chaclacayo, me siento detrás del conductor, son tres horas de viaje, saco el libro de Madame Bovary, que leo. Me concentro en la lectura. Adoro a Emma Bovary, su melancólico aburrimiento y su deseo de inmensidad y amor, de aventuras, de pasión.

Tocan mi hombro, absorto como estoy, me sobresalto

- Pasaje, me dice el joven cobrador toscamente.

Risueño le entrego 10 soles, él los toma, le haré la broma de siempre, digo.

- ¿A dónde vas?
- A ver joven, le digo de buen humor, voy a una feria, soy escritor….
- ¿A dónde vas, tío?, me corta la explicación.
- A vender mis libros, insisto riendo con las personas a mi alrededor.
- ¿Dónde baja señor?, dice cuando entiende mi sarcasmo.
- Ahora si, le digo, en Chaclacayo.

Me entrega mi cambio y sigo con mi lectura.

Llego a la feria sonriendo, decidido a vender.

Por la noche, regreso animado, he vendido 10 libros de mi poemario “ El lento caer a la vida”, me detuve en la tienda, compré yogurt y cereales. El perro enano me mira desde su ventana con rabia. Le hago muecas. Entro al edificio saludo al viejo conserje que se despierta cuando cierro la puerta. El perro viejo duerme a sus pies.

Cuando llego a mi puerta, antes de colocar la llave, encuentro una paloma muerta en el piso. Le han mordido el cuello, hay sangre alrededor y plumas. Estoy sorprendido.

Miro alrededor, me acerco a la terraza. Mi mirada encuentra dos ojitos brillantes en la oscuridad, enciendo la luz del celular, es una gata blanca majestuosa. Detrás de ella iban apareciendo los demás gatos. Vuelvo a pensar en Allan Poe y en mi hijo Mauricio, retrocedo. Quiero sacar una foto pero todos huyen en la oscuridad.

Entro a casa, me sirvo el yogurt, y comienzo a reír. Miro por la ventana, los pericos ya no están, la jaula está vacía.
Amanece, estoy animado, me voy a la feria. Hoy es otro día, me sigo riendo de los gatos que me siguen mirando desde la azotea.

¿Entiendes ahora mi comentario?

Un edificio con 14 gatos
dos pericos, un perro enano, un perro viejo
Una paloma muerta...
Y yo.




miércoles, 4 de agosto de 2021

El amor y sus esmeros

 


Mauricio, mi hijo, vive en Brasil. 

Un día siguiendo ese impulso que tenemos los Adrianzén, decidió emigrar hace poco más de tres años. Antes de despedirse me dijo en un tierno abrazo ”viejo haz tu camino, ya te abandonaron y yo me voy, estás solo” lo escuché, lo miré a los ojos y pensé en ese momento “¿A qué me vine de España?”. Ahora que lo pienso me da risa.

Hace días mientras iba camino al Queirolo sonó el celular. Era Mauricio, después de saludarme me dijo,

- Mientras moldeaba las carnes preparando unas hamburguesas aquí en mi casa, recordé esa mañana que me levantaste de madrugada y me dijiste “cámbiate que nos vamos a caminar”, renegando lo hice y caminamos a oscuras por las calles de Pueblo Libre. Cuando amaneció me llevaste a la “Chicharroneria Kio”, me presentaste a tus amigos los dueños y me dijiste pide lo que quieras. Y yo pedí una hamburguesa papá y reclamaste porque esperabas que pidiera un chicharrón y te reíste viejo. ¿Sabes papá? ese día comí la mejor hamburguesa de mi vida. Estaba contigo y nos divertíamos. Quería que lo supieras...

Recordé esa mañana y disimulé mi voz quebrada, ocultando la emoción. Él me contó de sus días en Curitiba y luego se despidió como siempre, con cariño.

- Te amo papá 

- Y yo a ti hijo - le contesté

La distancia no es impedimento para expresar sentimientos o afectos por mi hijo, pensé entonces, la relación que tengo con él debe ser mejor que la que tuve con mi padre llena de distancias y desconfianzas mutuas. Lo único que debo hacer, me dije, es no repetir patrones que traigo a cuestas. Demostrar y decirle lo orgulloso que me siento de él, de su camino, del valor que tiene y que sepa que no está solo.

Meditaba así mientras estaba sentado con los audífonos puestos en mi mesa favorita, en el bar que frecuento y que a veces me sirve de oficina. ¿Pido un café o un chilcano?, me pregunté cuando escuché la letra de una canción. 

"El amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño y al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero"; cantaba la negra Sosa. Disculpen los amigos argentinos si digo “Mi” negra Sosa, la siento mía. Pedí el trago ya era más de mediodía.

Lo que mi negra Sosa no sabía, pensaba, era que las letras de Violetta Parra (que yo escucho desde mi adolescencia) antes sólo tenían sentido cuando la dulce voz de la mujer que amaba en ese entonces me lo decía en ese lugar del final de la avenida Brasil. Ella acercaba sus labios y decía “Te amo” suavemente en el único oído que me sirve desde que nací y yo sentía en ese instante que nada me era imposible y que el Olimpo era mi casa, que Alejandro Magno no había conquistado nada, que yo había vencido al Cid, que Napoleón era un niño a mi lado, que Silvio cantaba tonterías, que Sabina era un borracho que no conocía la calle como yo, que la vida me llenaba de amor y nada importaba, ni las riquezas, ni el futuro...Que mi profesor de literatura, el pobre y burlado señor Torres, se hubiera desmayado leyendo mis versos de amor.

Que despertaría siempre con ella a mi lado.

Que era bueno, creyente, católico y nada me pasaría.

Sucedía que en esos tiempos llamaba amor a lo que era una simple pasión, hasta que un día sin fecha en mi memoria, cuando el camino se puso cuesta arriba, desperté sin nadie, rodeado de soledad, sin esa voz etérea y falsa. En medio de la nada, estaba sin monedas en los bolsillos, sin razones en el alma, con un gran vacío en el corazón pues había perdido los silencios, la conciencia, la paz y estaba con viento en contra. Cargando culpas y remordimientos. Recordaba mirando el vaso y pensando en mi hijo.

" Y al malo sólo el cariño…" repetía otra vez la negra Sosa, y yo que me pongo a pensar,

- Y si, fui malo…- apuro un sorbo.

- Pero no he muerto, aún sigo aquí - y termino el chilcano.

Con los años he aprendido, reflexiono, que “el amor y sus esmeros”, solo es un sueño que se debe conquistar, del que debes aprender y luego dejar pasar. El verdadero amor llega cuando cierras los ojos y escuchas tu voz interior y entiendes que todo lo que te ha sucedido solo fue un momento del que se debe aprender y que no se debe olvidar.

Que además todas las lágrimas derramadas solo han sido una liberación a lo largo del camino. 

Que la pasión tiene un nombre que es mejor no repetir. 

Que la indiferencia, esa fría mirada vacía, no te daña.

Que el amor no existe “si tú estás allá y yo aquí”, diría quien nunca entendió el amor.

Que la burla es de otros, no mía.

Que el egoísmo ahora debe ser la cárcel de las emociones que negaron y yo que todo lo di, estoy en paz.

El amor por una mujer es una falacia llena de pasión (digo y alzo mi copa para brindar) que se debe vivir para conocerlo, y que luego de sobrevivir a ese momento, si es verdadero seguirá conmigo. Ya después con el tiempo me llenaré de calma y del gusto por un buen pisco. 

La felicidad hoy, es verme sonreír frente a un espejo y pensar en mis días venideros. 

Ese amor por uno mismo, sana, y el amor por mi hijo es perfecto. 

Solo eso cuenta

Por eso pedí otro chilcano y ahogué los pensamientos que no sirven. Pues quizás muchos no estén de acuerdo conmigo. Porque cada uno con sus vivencias personales crean su mundo, sus paradigmas, y se guían por sus propias experiencias. 

En mi único oído que sirve, la negra Sosa daba paso a la voz de Sabina.

"El amor que no muere mata" dice con esa voz aguardientosa que gusta.

Y el recuerdo de la musa pasada que se acerca. Lo confieso.

Sonreí entonces, contemplé una vez más la calle, entonces le dije al mozo que ya me conoce.

- Trae una botella, que aun no aprendo. Soy solo un escritor sin logros (dice un pobre diablo) con ganas de beber sin recordar.

Y reímos juntos. 


                            






PD. Te extraño hijo, te amo.