Allá por el mes de julio de 1981 cuando cursaba el quinto y último año
de educación secundaria en el colegio “Jorge Polar” de Pueblo Libre, mis amigos
y yo estábamos concentrados en los exámenes bimestrales de medio año. Esas
notas promediaban las notas finales con las que iniciaríamos las vacaciones de
medio año, que coincidían como todos los años con las fiestas patrias.
Un día, no recuerdo exactamente cual, nos tocaba examen de historia.
Esa vez había estudiado desde la madrugada en el silencio de la noche. Que
también es la hora en la que escribo estos recuerdos.
Estaba sentado, recuerdo en la carpeta, cuando uno de mis amigos se acerca
y me dice.
- Chino,
hoy te toca bajar.
- ¿Yo?
- le respondí sorprendido
- Si
comparito, casi toda la “mancha” bajó en la segunda ronda, solo faltas tú
- dijo sonriente
- Pero
yo he estudiado, además sabes que en historia siempre saco buenas notas y
el examen de hoy es “papayita” - intenté alegar
- No
sé cuñao, ¿Te vas a chupar? ¿O tienes miedo?
- Iré
- contesté con valentía, mientras mi flaca movía la cabeza diciendo, no.
Para que se entienda mejor el diálogo anterior debo explicar entonces,
que un día uno de mis amigos descubrió por casualidad que la llave de su closet
abría la puerta de la oficina en donde se sacaban las copias para los exámenes
de todo el colegio. Desde ese día mi “mancha” de amigos, cada vez que llegaban
los exámenes mensuales y bimestrales, bajábamos a escondidas por turnos al
sótano, entrabamos a la oficina del mimeógrafo y sustraíamos los exámenes que
nos tomarían. Resolvíamos las preguntas y luego las respuestas las compartíamos
con todos los amigos de nuestra promoción. Un día alguno tuvo una idea y
se le ocurrió sacar exámenes de otros años y como con los nuestros, los
resolvimos y luego las respuestas las negociamos por comida en el kiosko del
patio. Así lo hicimos, recuerdo, por varios meses. Lo bueno, creíamos en ese
entonces, era que ayudábamos a que los amigos de la promo subieran sus notas
bajas. Por sorteo elegíamos a los que sacarían solo once, para no levantar
sospechas.
Así que todos estábamos felices en el colegio. “La Chata” Gloria,
nuestra querida directora, se encontraba orgullosa de la promoción a la que
había colocado en un aula al lado de su oficina para poder controlarnos, además
éramos la primera promoción que había empezado desde Kinder y ese año terminábamos.
Los profesores de diferentes cursos alimentaban su ego profesional, orgullosos
porque creían que por fin sus enseñanzas eran asimiladas por nosotros, pues
todas las notas habían mejorado. Nosotros los alumnos, nos reíamos felices de
nuestra buena suerte, ya que por las buenas notas que sacamos desde los
primeros exámenes, teníamos más permisos para salir de nuestras casas, con el
pretexto de estudiar en grupo. Y bueno también estaba feliz nuestro tutor, que
decía que nosotros, sus pupilos, éramos la mejor promoción de todos los años.
Sin mayor detalle y para no extenderme en pormenores, debo decir que
aquella mañana fuimos descubiertos con las manos en la masa. Debo precisar
además que no daré nombres para guardar la honra y el honor de mis amigos, hoy
profesionales destacados.
Sucedió que “La Chata” Gloria, nuestra directora, encontró sospechoso
que uno de mis amigos estuviera vigilando la entrada al sótano, cuando en el
refrigerio todos debíamos de estar en el patio. Desde lejos, preguntó con su
peculiar dulzura y tierna voz.
- Oooyeee
tuuú, ¿Qué haces allí parado como vigilante?
Mi amigo se sorprendió primero (me lo contó así) luego se asustó y sin
responder, salió corriendo en dirección al patio de recreo, rezando para que
nada le sucediera.
“La Chata” Gloria siempre desconfiada vio la puerta abierta, y bajó a
inspeccionar. Nos encontró en plena huida, pues antes que ella Lucio Lescano,
el legendario portero del colegio desde que teníamos uso de razón, nos había
encontrado dentro del mimeógrafo. Quien tenía la llave, de manera ingenua se la
entregó a Lucio y todos salimos corriendo. En la huida casi atropellamos a
nuestra directora que a gritos nos preguntaba ¿Queeeé hacen aquí ustedeees?
llamándonos por nuestros apellidos (señal de que estaba furiosa). Los cuatro
llegamos al patio y esperamos asustados que nos llamaran. Lo que no sucedió.
Pero la noticia se extendió entre todo el alumnado. “La mancha” había sido
descubierta.
Terminado el recreo, formamos y regresamos a los salones de clase. Por
alta voces anunciaron que se suspendía el examen bimestral ese día en todas las
aulas de secundaria. Un silencio tenso se apoderó de todo el colegio.
Recuerdo que fueron largos minutos de espera, nadie decía nada en
el salón. El miedo, la ansiedad y el arrepentimiento por lo que había hecho, me
hicieron temblar de miedo en mi carpeta. Quería desaparecer o creer que era un
sueño. Pensaba en mi madre y su llanto por la decepción que tendría. Me
botarían del colegio, pensé entonces (estaba con matrícula condicional). Mi
padre había llegado de viaje y el castigo sería grande, imaginaba el dolor de
sus puños en mi cara, mis dieciséis años se esfumaron de pronto frente a mis
ojos. O eso creía.
De pronto se abrió la puerta de un manotazo, era “La Chata” Gloria que
entró en silencio con una mirada furiosa, asesina, creo. Fue repitiendo
nuestros nombres y apellidos como quien llamaba a los condenados a la
guillotina. Uno por uno nos fuimos parando en nuestro lugar, ella salió
gritando “A mi oficina”. Que recordarás dije, estaba al lado.
Entramos los cuatro asustados y nos paramos frente a su escritorio, con
las miradas en el piso, escondiendo el rostro. Dicen, que a veces el miedo
puede olerse, creo que esa mañana percibí cierto olor raro, quizás alguno de
nosotros no controló su miedo y eso fue. Como sea, mientras escribo esto,
recuerdo claramente el sonido que hizo la bendita llave, que abría el
closet de mi amigo y la puerta del mimeógrafo, cuando la arrojó sobre el vidrio
que tenía sobre su escritorio. Sentí un escalofrío en la espalda, mis ojos se
nublaron unos segundos, pero logré mantenerme de pie. La Chata golpeó tan fuerte
el escritorio que quebró el vidrio.
- ¡Son
unos ladrones! - dijo con un grito tan fuerte, que algunos dicen hasta
hoy, que se escuchó en todo el colegio.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí, pero sí recuerdo que sudaba de
miedo.
Los cuatro asumimos toda la culpa, no delatamos a los demás.
No nos expulsaron, nunca llegamos a saber por qué no lo hicieron.
Nos suspendieron quince días. Ese bimestre como castigo nuestras notas
bimestrales se redujeron a cero. Eran notas difíciles de levantar para el promedio
de fin de año. Todos los profesores querían que repitiéramos el año.
Mi padre, no me rompió la cara a golpes, pero si me arrojó una taza en
el desayuno dominical cuando le pedí permiso para ir a la parada militar y me
dijo “estás castigado” y me rebelé ante ello. Que inconsciente pienso ahora
en esta oscuridad. Mi madre, fue al colegio conmigo cuando terminó mi
suspensión y lloró en la oficina de la directora toda una mañana, cuando ella
se fue “La Chata” Gloria me llamó a su oficina y me dijo: “No dejaré que te
pierdas” y me vigiló desde ese día hasta que terminó el año.
Todo el colegio volvió a dar los exámenes bimestrales, pero esta vez
fueron exámenes orales. “La mancha” pasó a la clandestinidad. Pues nos
consideraban culpables de las malas notas que sacaron todos los que no pudieron
aprobar los orales con jurado especial.
Nosotros los amigos de siempre (hasta hoy) nos reuníamos a estudiar
juntos para terminar nuestro último año de secundaria. “O todos o ninguno”,
decíamos en broma. La promoción se unió más. Ninguno repitió el año.
Sin embargo, así fue que entendí que habíamos decepcionado a mucha gente
que creía en nosotros, nos habíamos burlado del orgullo de nuestro tutor, y de
nuestra amiga “La Chata” Gloria. Mis viejos, dejaron de confiar en mí, mis
hermanas me miraban como se mira al gato que se comió al canario, con asombro.
En los rostros de todos vi decepción. Perdí la confianza de muchas
personas que me querían.
No sé realmente porque tengo esos recuerdos en esta madrugada, y por qué
en mi cabeza flotan las palabras robo, mentira, decepción. Y por qué hoy
me indignan tanto, cuando en realidad debería de tener vergüenza de contar algo
así. No es ningún orgullo.
Creo que escribo todo esto en un intento de reconocer que no soy
mejor que aquellos a los que señalo como ladrones de las ilusiones de las
personas aquí en el Perú.
Como sea esta madrugada comienza a pesar y el sueño me alcanza.
Antes de dormirme recuerdo con una sonrisa lo que nos dijo un amigo, hoy
empresario, en un almuerzo de reencuentro.
- Muchachos
nunca en mi vida había sacado un 20 hasta que ustedes me pasaron las
preguntas. Ese día me regalaron autoestima. - nos dijo
- ¿Y
en el oral como te fue?
- 05 -
dijo sonriendo,
- Volví
a la realidad, pero no importaba, mi viejo ya me había regalado una
bicicleta por mis buenas notas.
Creo que no fuimos un buen ejemplo.
En fin, por lo menos creo que es una buena historia.
Me voy a dormir, ya está amaneciendo.