sábado, 12 de junio de 2021

Si decidieras...



Si decidieras mirarme como soy,

quitando las imperfecciones que traigo

apartando los defectos 

guardando mis ansiedades

controlando el impetuoso deseo de tomar tu mano

quizás encontrarías un ser humano 

que esconde su corazón 

por temor a las lágrimas.


Si decidieras aceptar la ofrenda

que mis manos arrugadas traen

quizás aprenderías

que soy tan libre como lo es el viento

que voy raudo como el manantial que se transforma en rio 

que mimo como el gato que crió mi abuela 

que soy tan amigo como el libro que acompaña  tu soledad

entonces sabrías que aprendí de la vida...

desear no es igual a soñar,

querer no es igual a poseer,

amar es sinónimo de libertad 

paciencia es esperar por ti.



Si decidieras tomar ese café

dejando las dudas de lado

y escucharas mis palabras 

al ritmo de mis de latidos 

entenderías la inutilidad de la prudencia…

perdí la cautela cuando  miré tus ojos

cuando escuché tu voz

y me encadené a tu sonrisa libremente


Si decidieras escucharme, 

conocerme, 

caminar conmigo 

mis labios recitarían a Frida Khalo

“Le duro, lo que usted me dure” 

y evocaría entonces a Chavela Vargas

"conmigo las amarguras no son amargas”

te mostraría que la risa dura una vida

que las lágrimas serán ajenas

y que estaré aquí

con mi corazón junto al tuyo


Si decidieras finalmente 

venir a mi lado 

solo guardaría silencio 

y te miraría 

largamente, toda la vida 













jueves, 10 de junio de 2021

Jorge Polar, los exámenes

 



Allá por el mes de julio de 1981 cuando cursaba el quinto y último año de educación secundaria en el colegio “Jorge Polar” de Pueblo Libre, mis amigos y yo estábamos concentrados en los exámenes bimestrales de medio año. Esas notas promediaban las notas finales con las que iniciaríamos las vacaciones de medio año, que coincidían como todos los años con las fiestas patrias.

Un día, no recuerdo exactamente cual, nos tocaba examen de historia. Esa vez había estudiado desde la madrugada en el silencio de la noche. Que también es la hora en la que escribo estos recuerdos. 

 Estaba sentado, recuerdo en la carpeta, cuando uno de mis amigos se acerca y me dice.


  • Chino, hoy te toca bajar. 
  • ¿Yo? - le respondí sorprendido
  • Si comparito, casi toda la “mancha” bajó en la segunda ronda, solo faltas tú - dijo sonriente 
  • Pero yo he estudiado, además sabes que en historia siempre saco buenas notas y el examen de hoy es “papayita” - intenté alegar
  • No sé cuñao, ¿Te vas a chupar? ¿O tienes miedo?
  • Iré - contesté con valentía, mientras mi flaca movía la cabeza diciendo, no.

Para que se entienda mejor el diálogo anterior debo explicar entonces, que un día uno de mis amigos descubrió por casualidad que la llave de su closet abría la puerta de la oficina en donde se sacaban las copias para los exámenes de todo el colegio. Desde ese día mi “mancha” de amigos, cada vez que llegaban los exámenes mensuales y bimestrales, bajábamos a escondidas por turnos al sótano, entrabamos a la oficina del mimeógrafo y sustraíamos los exámenes que nos tomarían. Resolvíamos las preguntas y luego las respuestas las compartíamos con todos los amigos de nuestra promoción.  Un día alguno tuvo una idea y se le ocurrió sacar exámenes de otros años y como con los nuestros, los resolvimos y luego las respuestas las negociamos por comida en el kiosko del patio. Así lo hicimos, recuerdo, por varios meses. Lo bueno, creíamos en ese entonces, era que ayudábamos a que los amigos de la promo subieran sus notas bajas. Por sorteo elegíamos a los que sacarían solo once, para no levantar sospechas.

Así que todos estábamos felices en el colegio. “La Chata” Gloria, nuestra querida directora, se encontraba orgullosa de la promoción a la que había colocado en un aula al lado de su oficina para poder controlarnos, además éramos la primera promoción que había empezado desde Kinder y ese año terminábamos. Los profesores de diferentes cursos alimentaban su ego profesional, orgullosos porque creían que por fin sus enseñanzas eran asimiladas por nosotros, pues todas las notas habían mejorado. Nosotros los alumnos, nos reíamos felices de nuestra buena suerte, ya que por las buenas notas que sacamos desde los primeros exámenes, teníamos más permisos para salir de nuestras casas, con el pretexto de estudiar en grupo. Y bueno también estaba feliz nuestro tutor, que decía que nosotros, sus pupilos, éramos la mejor promoción de todos los años.

Sin mayor detalle y para no extenderme en pormenores, debo decir que aquella mañana fuimos descubiertos con las manos en la masa. Debo precisar además que no daré nombres para guardar la honra y el honor de mis amigos, hoy profesionales destacados.

Sucedió que “La Chata” Gloria, nuestra directora, encontró sospechoso que uno de mis amigos estuviera vigilando la entrada al sótano, cuando en el refrigerio todos debíamos de estar en el patio. Desde lejos, preguntó con su peculiar dulzura y tierna voz.


  • Oooyeee tuuú, ¿Qué haces allí parado como vigilante?  

 Mi amigo se sorprendió primero (me lo contó así) luego se asustó y sin responder, salió corriendo en dirección al patio de recreo, rezando para que nada le sucediera. 

“La Chata” Gloria siempre desconfiada vio la puerta abierta, y bajó a inspeccionar. Nos encontró en plena huida, pues antes que ella Lucio Lescano, el legendario portero del colegio desde que teníamos uso de razón, nos había encontrado dentro del mimeógrafo. Quien tenía la llave, de manera ingenua se la entregó a Lucio y todos salimos corriendo. En la huida casi atropellamos a nuestra directora que a gritos nos preguntaba ¿Queeeé hacen aquí ustedeees? llamándonos por nuestros apellidos (señal de que estaba furiosa). Los cuatro llegamos al patio y esperamos asustados que nos llamaran. Lo que no sucedió. Pero la noticia se extendió entre todo el alumnado. “La mancha” había sido descubierta.

Terminado el recreo, formamos y regresamos a los salones de clase. Por alta voces anunciaron que se suspendía el examen bimestral ese día en todas las aulas de secundaria. Un silencio tenso se apoderó de todo el colegio.

Recuerdo que fueron largos minutos de espera, nadie decía nada en el salón. El miedo, la ansiedad y el arrepentimiento por lo que había hecho, me hicieron temblar de miedo en mi carpeta. Quería desaparecer o creer que era un sueño. Pensaba en mi madre y su llanto por la decepción que tendría. Me botarían del colegio, pensé entonces (estaba con matrícula condicional). Mi padre había llegado de viaje y el castigo sería grande, imaginaba el dolor de sus puños en mi cara, mis dieciséis años se esfumaron de pronto frente a mis ojos. O eso creía.

De pronto se abrió la puerta de un manotazo, era “La Chata” Gloria que entró en silencio con una mirada furiosa, asesina, creo. Fue repitiendo nuestros nombres y apellidos como quien llamaba a los condenados a la guillotina. Uno por uno nos fuimos parando en nuestro lugar, ella salió gritando “A mi oficina”. Que recordarás dije, estaba al lado. 

Entramos los cuatro asustados y nos paramos frente a su escritorio, con las miradas en el piso, escondiendo el rostro. Dicen, que a veces el miedo puede olerse, creo que esa mañana percibí cierto olor raro, quizás alguno de nosotros no controló su miedo y eso fue. Como sea, mientras escribo esto, recuerdo claramente el sonido que hizo la bendita llave, que abría el closet de mi amigo y la puerta del mimeógrafo, cuando la arrojó sobre el vidrio que tenía sobre su escritorio. Sentí un escalofrío en la espalda, mis ojos se nublaron unos segundos, pero logré mantenerme de pie. La Chata golpeó tan fuerte el escritorio que quebró el vidrio. 


  • ¡Son unos ladrones! - dijo con un grito tan fuerte, que algunos dicen hasta hoy, que se escuchó en todo el colegio. 

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí, pero sí recuerdo que sudaba de miedo. 

Los cuatro asumimos toda la culpa, no delatamos a los demás. 

No nos expulsaron, nunca llegamos a saber por qué no lo hicieron. 

Nos suspendieron quince días. Ese bimestre como castigo nuestras notas bimestrales se redujeron a cero. Eran notas difíciles de levantar para el promedio de fin de año. Todos los profesores querían que repitiéramos el año. 

Mi padre, no me rompió la cara a golpes, pero si me arrojó una taza en el desayuno dominical cuando le pedí permiso para ir a la parada militar y me dijo “estás castigado” y me rebelé ante ello. Que inconsciente pienso ahora en esta oscuridad. Mi madre, fue al colegio conmigo cuando terminó mi suspensión y lloró en la oficina de la directora toda una mañana, cuando ella se fue “La Chata” Gloria me llamó a su oficina y me dijo: “No dejaré que te pierdas” y me vigiló desde ese día hasta que terminó el año. 

Todo el colegio volvió a dar los exámenes bimestrales, pero esta vez fueron exámenes orales. “La mancha” pasó a la clandestinidad. Pues nos consideraban culpables de las malas notas que sacaron todos los que no pudieron aprobar los orales con jurado especial.  

Nosotros los amigos de siempre (hasta hoy) nos reuníamos a estudiar juntos para terminar nuestro último año de secundaria. “O todos o ninguno”, decíamos en broma. La promoción se unió más. Ninguno repitió el año. 

Sin embargo, así fue que entendí que habíamos decepcionado a mucha gente que creía en nosotros, nos habíamos burlado del orgullo de nuestro tutor, y de nuestra amiga “La Chata” Gloria. Mis viejos, dejaron de confiar en mí, mis hermanas me miraban como se mira al gato que se comió al canario, con asombro.

En los rostros de todos vi decepción. Perdí la confianza de muchas personas que me querían.

No sé realmente porque tengo esos recuerdos en esta madrugada, y por qué en mi cabeza flotan las palabras robo, mentira, decepción. Y por qué hoy me indignan tanto, cuando en realidad debería de tener vergüenza de contar algo así. No es ningún orgullo.

Creo que escribo todo esto en un intento de reconocer que no soy mejor que aquellos a los que señalo como ladrones de las ilusiones de las personas aquí en el Perú. 

Como sea esta madrugada comienza a pesar y el sueño me alcanza.

Antes de dormirme recuerdo con una sonrisa lo que nos dijo un amigo, hoy empresario, en un almuerzo de reencuentro. 

 

  • Muchachos nunca en mi vida había sacado un 20 hasta que ustedes me pasaron las preguntas. Ese día me regalaron autoestima. - nos dijo 
  • ¿Y en el oral como te fue?
  • 05 - dijo sonriendo, 
  • Volví a la realidad, pero no importaba, mi viejo ya me había regalado una bicicleta por mis buenas notas.  

Creo que no fuimos un buen ejemplo. 

En fin, por lo menos creo que es una buena historia.

Me voy a dormir, ya está amaneciendo.












miércoles, 2 de junio de 2021

Caminata por El Olivar

Parque El Olivar (Lima)

A mi padre no le gustaba el uniforme y desafiaba a su manera las reglas, cuando él desembarcaba en el muelle de guerra de la plaza Grau del Callao, se dirigía a un restaurante que estaba en ese entonces por la calle Constitución, y allí se cambiaba el uniforme por ropas de civil. Mi madre me contaba que alguna vez sospechó que él tenía alguna amante, porque nunca llegaba con el uniforme a casa. Un día ella decidida lo esperó y él feliz de verla le pidió que lo acompañara al bar en donde se cambió, disipando las dudas de ella y juntos se fueron a pasear por la Avenida Saenz Peña, felices. Un día un oficial se dió cuenta de lo que hacía y lo sancionó, decía que le avergonzaba el uniforme. No dejó de cambiarse en la calle Constitución.

Cuando adolescente mi madre me contaba esa historia, pensaba que el viejo, como ya le llamaba en ese entonces, era un rebelde y eso admiraba. Cuando llegaba de viaje su corta estadía la esperaba con ansias y con la ilusión de contarle mis experiencias. Pero mi padre tenía muchos amigos y a veces dedicaba más de su tiempo a las amistades y la familia. Al comienzo ese hecho me causaba pena, porque quería estar con él y escuchar sus largas historias por horas, él era mi héroe. Con el tiempo me fui acostumbrando a su presencia temporal y a sus largas ausencias. Ambos nos fuimos adaptando a esa distancia. Hasta que un día nos vimos extraños y la distancia entre nosotros se hizo grande.
A pesar de ello, recuerdo que él siempre repetía, “ Siempre actúa y piensa por ti mismo”
Y el viejo a pesar de ser como era, tenía mucha razón. Pensaba en ello cuando caminaba por el Olivar de San Isidro.
Mientras caminaba por entre esos árboles viejos y escuchaba el canto de las aves, mientras observaba a los niños correr seguidos de sus padres, mientras escuchaba esa voz afectuosa que me repetía por enésima vez, encuentra tu voz interior. Recordé a Steven.
Recordé aquella vez en Madrid que me dió su mano temblorosa para ayudarle a bajar del bus, la caminata por el Retiro, la laguna y su frase “ eres un rebelde, haces lo que quieres” y yo sonreí sin contestar para evitar una discusión inútil.
Tenía razón, la mayoría de las veces voy contracorriente, pienso de manera peculiar y hago lo que muchos no harían. Soy capaz de creer que los sueños se cumplen y de alguna manera a pesar de las risas y lágrimas he llegado hasta aquí.
Hay patrones que aún se deben de romper, cosas nuevas que aprender, caminos que andar. Hay abrazos que debo brindar y recibir, miradas que ofrecer y sonrisas que regalar.
Después de todo viejo estamos en paz.







Parque El Retiro (Madrid)