Le decíamos Ñoño, como el
personaje del Chavo del 8. Era blanco como un marshmelo, de cabello castaño,
gordito y pecoso, sumamente ingenioso para bromear y jugar con los compañeros
del aula. Caminaba con los muslos pegados, como aguantando las ganas de orinar,
y cuando corría, hacía un esfuerzo físico o se molestaba, ponía la lengua a un
costado. Ese era el aviso para correr cuando quería pegarnos, si Ñoño te
alcanzaba fastidiado, lo más seguro era que cobraras una buena paliza.
Pero siempre fue un buen
amigo, leal, solidario, humilde, de buenos sentimientos. Era muy raro que se
molestara, siempre estaba sonriendo y contando chistes, haciéndonos reír. Ñoño,
era parte del grupo, como nosotros llamábamos a nuestra pequeña pandilla de
amigos del colegio. Nos protegíamos y cuidábamos durante el tiempo que fuimos
escolares y luego adolescentes y ahora maduros, nos frecuentamos y seguimos
siendo amigos. Sin embargo como los buenos amigos, había veces que se nos
pasaba la mano en las bromas.
Era una mañana de primeros de
Abril de 1,980, recién habían terminado las vacaciones de verano,
todos regresamos a las aulas, comenzábamos el 4° de secundaria, el ambiente era
expectante, todos queríamos saber cómo
estaban los amigos, si habíamos cambiado, que novedades traíamos, las risas, los
abrazos y bromas estaban a la orden del día…. “oye, mira el gusano ha crecido”,
“el chino, tiene casaca nueva, de Japón seguro, pero los zapatos del año pasado”,
“la rata y su corte de pelo, parece Ultraman”, “el Cholo José, ya tiene
enamorada”, “el Loco, sigue chato”….si alguno se molestaba perdía, pues sería
incordiado por largo tiempo. “Mira llegó el Ñoño, con su pantalón cuete,
como torero y es de gabardina”. Y las bromas no cesaban hasta que entraba el
tutor del aula, el buen profesor “Mitzuo”.
Nadie sabe quién empezó con el
juego, pero fue en el recreo. Alguno
colgaba detrás del pantalón de alguien un pedazo de hoja o papel arrancado de
algún cuaderno, luego otro encendía dicho papel asustando a la víctima. Esa
inocente broma se trasladó del patio de recreo al aula.
El profesor aún no
entraba al aula, todos seguían alborotados, el Ñoño conversaba con alguien, absorto y distraído.
Detrás se sentaba el Chino quien, sin que se diera cuenta el Ñoño, había
colgado un pedazo de papel en el pantalón de él. Cuando acercó el encendedor,
el papel se cayó, sin embargo el Chino, creyó que era buena idea acercar la
llama directamente al fondillo del pantalón del inocente Ñoño, craso error. El pantalón de
gabardina, se encendió ante la sorpresa de todos. El Ñoño sintiendo el calor, saltó
sorprendido, todos se reían y el pobre saltaba sin comprender porque se quemaba
su pantalón. Las llamas que salieron fueron creciendo y la risa se apagó dando
lugar al temor. Alguien golpeó con su cuaderno el trasero encendido del
pantalón y el Ñoño se arrastró por el suelo sofocando así el fuego. Nadie decía
nada.
Finalmente el Ñoño se
incorporó, ante el silencio de todos,
con la lengua al costado. “te jodiste, ya verás a la salida”… A la salida del
colegio, frente a todos, el Chino cobró una gran cachetada y la vergüenza de que todos
supieran cual había sido tu torpeza. Al día siguiente, luego de una gran
reprimenda en casa, el Ñoño apareció con el mismo pantalón, pero con un gran
parche, que hizo reír a todos. Solo el Chino no se rió por temor y vergüenza. Todo el año fastiaron al Ñoño
por su pantalón quemado y parchado.
A la semana, el incidente
quedó olvidado y todos siguieron siendo los mismos amigos de siempre.
Todos terminaron la secundaria.
Luego cada uno se preparó para su ingreso a la universidad, alguno eligió ser
abogado, algún otro decidió ser economista, otros, médicos, contadores, etc.etc. El Ñoño, que no
se caracterizaba por ser muy aplicado y concentrado en los estudios, decidió
ser ingeniero civil, “¿pero si sufrías con las matemáticas?...” “Me gusta” dijo
colocando la lengua al costado. Nadie dijo más…
Después de tres intentos el
Ñoño ingresó a la universidad, a estudiar Ingeniería Civil, por aquellos años,
ya jóvenes universitarios, nuestras reuniones eran los fines de semana, fiestas,
juergas y todo lo que caracteriza los años de juventud, nos acompañaron por
largo tiempo. Pero a veces alguno del grupo desertaba porque tenía examen en la
universidad, compromisos con la enamorada o debía trabajar al día siguiente, pero
el Ñoño era infaltable los fines de semana. Su conocimiento del mundo, de la
vida, de la noche fue creciendo, distrayéndolo del camino universitario. Era
nuestro experto bohemio. Sabía de la última fiesta y de los mejores lugares para conocer chicas.
Con los años algunos nos
casamos, otros concluyeron la universidad, casi todos encontraron trabajo. Pero
el Ñoño, seguía siendo universitario. Alguna vez comentó que eso le fastidiaba,
al punto que a veces nos evitaba. Para ayudarse económicamente, comenzó a hacer taxi.
Una mañana de sábado se
despertó de una borrachera, tanta era su resaca que le dolía fuertemente la
cabeza. Sonó el teléfono, y a lo lejos escuchó la voz de su padre, que le
llamaba. Contestó y su compañero de universidad, Virgilio, le anuncia que el
lunes es el último día para presentar un trabajo. Si desaprobaba ese curso
sería la cuarta vez que lo llevaría. El
Ñoño, aquella mañana decidió dejar de lado todo y se sentó a estudiar, a
preparar el trabajo y la exposición del mismo. Aprobó y con la mejor nota.
Desde aquel fin de semana, se
produjo un cambio en él, dejó de salir y frecuentarnos, estudiaba y hacia taxi,
le buscábamos o llamábamos para reunirnos. Pero el Ñoño, se excusaba cortésmente
que ya tenía compromisos o debía quedarse en casa a estudiar. Nadie le creía, a
veces tocábamos su puerta y salía con la lengua al costado, todos entendíamos. “Ya
se molestó, corre…”
Por largo tiempo le extrañamos
en las reuniones. Y así llegó Agosto del 96, el Ñoño, salió de casa con traje y
corbata, en un maletín de cuero su tesis, en las manos algunos planos. Paró un
taxi, llegó a la universidad, ingresó a la sala de grados y tras de él se cerró
la puerta. Por espacio de dos horas sustentó su tesis (algunos lo imaginamos
con su lengua al costado), luego de un breve tiempo, le anunciaron que ya era
ingeniero civil.
Cuando salía del claustro
estudiantil, su corazón estaba exultante y rebosante de una mezcla de orgullo y
satisfacción. Pero de pronto, una duda ensombreció esa alegría. “Nunca he
practicado y trabajado como ingeniero”, “Ahora que haré”, “Cómo y por donde
empiezo”….y así caminó toda la avenida, cargando esos temores y dudas sobre él.
Llegó a San Isidro, no
recuerda como, solo camino sin rumbo. De pronto levantó la mirada y esta
encuentra una placa que dice “Aspillaga Ingenieros Contratistas S.A.” y una
idea le vino a la cabeza. Sin dudarlo entró en el edificio, preguntó, séptimo piso.
Tomó el ascensor, ingresó a la recepción y preguntó por el ingeniero Aspillaga.
-
¿Tiene cita, caballero? - preguntó la secretaria.
-
En realidad, no - dijo el Ñoño.
-
Veré si puede atenderlo, tomé asiento - y lo
anunció por el anexo telefónico.
Y allí estaba él. En el living
de una empresa de construcción con su maletín y sus planos, esperando al ingeniero
Aspillaga. Le temblaban las manos. La secretaria le anunció que lo recibirían y
que podía pasar al despacho. Así lo hizo.
-
Buenas tardes, Ingeniero Aspillaga, soy…. – se presentó
el Ñoño.
-
Buenas tardes joven, en que puedo servirlo –
dijo el adusto ingeniero consultando su reloj.
-
Sabe ingeniero, he terminado la universidad, hoy
por la mañana he sustentado mi tesis, y se me ha otorgado el título de Ingeniero
Civil. Pero le confesaré ingeniero Aspillaga, que nunca he practicado, ni
trabajado en algo que tenga que ver con mi carrera profesional. Sinceramente no
sé cómo empezar o donde ir. Vi la placa y sin pensar que iba a decirle. Entré y
lo busqué. Estoy aquí con mis planos y mi tesis en el maletín….
-
Y qué puedo hacer yo por usted… - le interrumpió el ingeniero.
-
Quiero trabajar o practicar señor – dijo el
Ñoño, resueltamente, pero con mucha humildad y convicción – haré lo que me
digan, iré donde me envíen, quiero aprender en la práctica todo lo que he
estudiado.
-
Humm – murmuró el adulto ingeniero - está bien, me gusta esa actitud. Me recuerda
a mi cuando empecé hace años. Venir aquí y presentarse de esa manera habla mucho
de usted. Venga mañana, practicará con nosotros ¿Sabe metrar?
-
Si señor – dijo el Ñoño sonriendo.
El Ñoño practicó sin sueldo
por tres meses, luego le pagaron 50 soles semanales y así poco a poco fue
haciendo lo que le gustaba y aprendiendo a ser ingeniero. Ahora después de 24
años tiene su propia empresa.
Han pasado muchos años de aquel día. Una tarde estábamos en la sala de
la casa de La Rata compartiendo unas cervezas, nuestros hijos ya jóvenes reunidos
en el dormitorio de uno de los hijos del anfitrión. Conversábamos de nuestras
vidas y como habíamos cambiado, cuanto habíamos vivido.
-
Ñoño… -
dice el gusano – ¿y tú pantalón te lo pagó el Chino? – pregunta riendo.
-
Nunca hermano – contestó el Ñoño y todos se
rieron a carcajadas.
-
Dice que contará mi historia, ahora que regresó
del extranjero y se cree escritor -
agrega entre las risas de los amigos.
-
Y serás famoso Ingeniero Ñoño – contestó el
aludido.
Todos nos miramos, sabiendo
que el Ñoño es un ejemplo de tesón, de terca voluntad y valor para llegar a
cumplir un sueño. Tomó una decisión y mantuvo su palabra hasta lograrlo. Se apartó
de todos y de todo lo que lo distraía de mejorar su vida. Se encomendó a Dios,
dice el mismo, y procuró ser mejor persona. Decidió ser ingeniero y lo logró en
base a esfuerzo, constancia y mucho sacrificio. Es una inspiración para todos
los que conocemos aquella historia. Lo mejor es que sigue siendo el mismo
personaje que conocí a los 9 años, leal, solidario, humilde, amigo. No se ha
nublado por el éxito, ni trata a los demás por encima del hombro, es un hombre
que tiene el respeto de quienes le conocen. Defectos debe tener, yo le conozco
algunos, sobre todo cuando pone su lengua
al costado. Aún salimos disparados, cuando hace eso.
Es el ingeniero, pero para
nosotros es el Ñoño, nuestro amigo.