Ella llegó al aeropuerto “Jorge Chávez” de Lima en el vuelo 725 de Iberia, desde Barajas, Madrid, un húmedo viernes de julio. Aquella mañana fría y gris, las calles estaban mojadas por la persistente garúa que caía desde el día anterior. Candy, diminutivo de Cándida, es de Madrid, pero vive en Benidorm a orillas del mediterráneo. Ella es profesora y vive cómodamente de su trabajo y de la herencia de su padre. Ella llegaba al Perú con una mezcla de sentimientos de amor y dudas, temores ante lo que podría encontrar en una tierra que no conocía y dudas por que iba a conocer a Otto, “el empresario” norteño que había conquistado su corazón. Había conocido a Otto “el empresario” por internet, por esas páginas de contactos comerciales, él le contó que tenía negocios y empresas. También le dijo que la haría feliz y ella le creyó. Por eso estaba allí, esperándole dentro del aeropuerto, asediada por innumerables taxistas y personajes de dudosa apariencia que le ofrecían sus servicios de transporte.
- ¿De donde eres? -le dijo con confianza un hombre corpulento, de tez morena.
- De España ¿por qué? - contestó ella desconfiada.
- ¿Haz venido sola? – agregó ignorando la pregunta el moreno.
- Espero a mi novio, que está al llegar – contestó ella con voz firme, mirando desafiante a los ojos del impertinente sujeto.
- Parece que se olvidó de ti, si no viene, conozco un hotel en donde te puedes quedar, te hago el taxi y te cobro barato…y si quieres te hago compañía – le dijo intentando parecer pícaro, pero solo le salio un gesto vulgar.
- No gracias señor – le dijo ella, dándole la espalda, cortando la excesiva confianza del desconocido.
A lo lejos vio llegar a Otto “el empresario”, quien le pareció más pequeño que en las fotos, se saludaron brevemente, casi con nerviosismo. Otto le preguntó porque hablaba con ese hombre, y sin escuchar la explicación de ella tomó las maletas, y salieron del terminal en dirección a la avenida. Candy se preguntaba donde estaría el auto de él, pero éste caminó hasta una parada, sacó la mano y con un gesto detuvo lo que luego ella conocería como una “combi”. Otto subió las maletas haciéndose espacio entre las personas somnolientas, casi empujándolas. Candy a invitación de Otto “el empresario”, subió con mucho temor y doblando el cuerpo trató de ingresar al vehículo, golpeándose la frente con la puerta, mientras un hombre mal vestido le decía casi gritando y rodeándole con su brazo la cintura “Apúrate gringuita”. Otto reclamó airadamente al cobrador, que era más grande que él, y éste le respondió encarándole “Toma taxi, entonces chato si no quieres que tu barbie se ensucie”… Otto midió de arriba abajo al insolente durante un segundo, decidió finalmente guardar silencio y subió apresurado cuando la “combi” arrancaba.
Candy asistía callada y aterrada a toda la escena, preguntándose si era parte de una película surrealista, miraba de reojo a Otto, quien visiblemente incómodo no sabía que decir o hacer. Candy estaba sentada en un asiento pequeño y sucio con las maletas sobre sus piernas, su rodilla rozaba con un señor sentado frente a ella, que le miraba fijamente. Otto a su derecha le hablaba, pero ella no entendía nada, el sonido de la radio anunciaba una canción del “Grupo Cinco” el volumen era tan alto, que aturdía a Candy. El hombre, que era el cobrador, se colgaba de la puerta e iba anunciando las paradas y empujando a las personas al subir. El chofer apuraba al cobrador en cada parada y conducía pendiente de que otra unidad del mismo color no le adelantara. El tráfico a esa hora era un caos, los gritos y la música le mareaban y le asustaba todo lo que veía y escuchaba. Frente a ella se sentó una mujer que cargaba un pequeño niño dormido, la mujer que también se dormía no se daba cuenta que el hijo se resbalaba de sus piernas, quien sujeto solo de un brazo colgaba peligrosamente. Candy le despertó, preocupada por el brazo del niño y la mujer la miró de mala manera, con odio. Gesto que le asustó, al rato la misma mujer le pidió algo de dinero, para tomar desayuno, dijo. Candy miró a Otto y esté le dio una moneda de veinte céntimos. Se lo ofreció y la mujer ofendida, se la arrojó en la cara diciendo “gringa de mierda…creída” antes de bajarse de la combi. Lo que asustó mucho a Candy quien no entendía que había pasado.
Bajaron en un lugar conocido como San Martín de Porres, populoso distrito limeño, muy cerca de un mercadillo ambulante y Candy se volvió a golpear la frente con la puerta de la “combi” al tiempo que el cobrador le decía “pie derecho mamita, pie derecho y rapidito…” Otto “el empresario” esta vez solo miró en silencio. Bajaron en una avenida de doble vía, con un fuerte olor a basura y humo, a mezcla de aceite y café, a verduras, frutas y tierra. En las esquinas había personas ofreciendo su mercadería, más allá rodeados de más personas otros preparaban de forma artesanal jugos de naranja. Algunos a gritos anunciaban sus productos y ofertas de desayuno. A Candy le llamaba la atención el color desteñido y sucio de las paredes de las casas, todas estaban ennegrecidas por el smog y la tierra, también llamó su atención que cada una sea diferente de la otra y la cantidad asombrosa de cables que entraban y salían de las casas, Resaltaban además las rejas que todas las puertas y ventanas tenían, además del bullicio y el rumor sordo y penetrante que golpeaban sus oídos. El tráfico, la gente de la calle, los gritos, el sentirse observada, los empujones torpes de las personas, los malos olores que la adormecían, la llevaron a preguntar casi desfalleciendo...
- Otto, ¿en donde estamos?, ¿tú vives por aquí? - preguntó con ansiedad
- Esto amor, es la Av. Perú. Por acá viven mis hijos – le contestó él mirándola con ternura, mientras tiraba de las maletas – te los presento, tomamos desayuno con ellos y su madre...
- ¿Y en donde me quedaré? – interrogó asustada, preguntándose si recordaba que él tuviera hijos.
- Conmigo…en la casa que comparto con un amigo. Eso es en la Victoria, más al centro de la ciudad - anunció Otto ante la mirada aprensiva y anhelante de Candy.
Luego de desayunar, salieron en dirección de la casa de Otto, en una Custer, “combi grande” según parecer de Candy, ella sintió la mirada fija de las personas, que la observaban como extraña. Al vehiculo subieron a cantar unos niños y a vender caramelos, luego un ex recluso subió a pedir dinero mostrando un sin número de cicatrices y finalmente un cómico o payaso ambulante, quien reconociendo que no era peruana le preguntó.
- ¡Rubia!... ¿de donde eres?
- De España- contestó ella con una sonrisa
- ¡Coño!...Hoy me pagas con euros, guapa – dijo el payaso - ¿este es tu novio? –dijo señalando al pequeño Otto, quien le miraba molesto.
- Oe primo ¿Cómo vas a traer a la española en “micro”? Y por aquí. Tas mal “choche”, seguro que eres un tacaño y misio. – causando la risa de los pasajeros.
Al bajar de la Custer, cuando Candy y Otto “el empresario”, caminaban despreocupados, solo pendientes de las maletas, un muchacho se acercó de manera sigilosa por detrás de Candy y mientras otro empujaba al novio, esté arrancó de un certero ademán la cadena de oro que colgaba del cuello de ella, quien se quedó petrificada por la sorpresa y el miedo, sin poder creer lo sucedido.
Aquella noche Candy, se alojó en la habitación que Otto, “el empresario”, rentaba en una casa por las inmediaciones de las avenidas Parinacochas e Isabel la Católica, en el populoso barrio de La Victoria. Cerca de un estadio de futbol, de paredes ennegrecidas por el hollín y pintas de azul y blanco. No podía dormir, no tanto por el cambio de hora, si no por lo asustada que estaba por los sonidos de carreras y pasos en la calle, por los gritos e insultos que escuchaba o por alguno que otro balazo que quebraba el tenue silencio de la noche. Echada del lado de Otto, quien roncaba indiferente, se preguntó si ese era un sueño o una pesadilla. Repasaba los sucesos y ello le asustaba más. Candy aún se preguntaba de donde salió el hombre con el revólver en la mano, quien fue tras el muchacho que corría cuando entraban al restaurante a comer, susto que les obligo a refugiarse entre los autos aparcados y los gritos de quienes pasaban por allí. Asombrada estaba aún del gordo y grasiento policía que les pidió sus documentos y después de forma descarada una ayuda para el almuerzo. Y luego, camino al cuarto de Otto “el empresario”, los gritos, las piedras, los palos, la gran turba de jóvenes semidesnudos con pintas en las caras que caminaban apoderándose de la avenida, ahuyentado a las personas y obligando a un cierra puertas apresurado. Los policías, los gritos, las arengas, las peleas, las balas, el humo que la hizo llorar. La buena señora que les refugio en su tienda, cuando todo empezó. “Ay hija es el clásico, ya va a pasar, no te asustes”, le dijo mientras Candy lloraba en los brazos de Otto “el empresario” que nervioso solo atinaba a decir “! Negros de mierda ¡”. Mientras movía la cabeza de lado a lado avergonzado. Esa noche, ni siquiera la presencia de Otto “el empresario” le tranquilizaba, el cuarto era pequeño e incómodo y la ventana tenía rejas, como si de una cárcel se tratara. “¿En donde estoy Dios mío?” Se preguntaba en silencio cuando le sorprendió el amanecer gris de Lima.
Aquel sábado Candy, tenía terror de abandonar el cuarto de Otto “el empresario” quien tenía que trabajar. El le pidió a ella que le acompañara para que no se quede sola, “Si no lo hago hoy…me despiden” dijo ante la insólita mirada de su novia, quien le preguntó “¿Tu no eres el dueño?”, recibiendo por respuesta solo silencio.
Al dirigirse hacia la parada de los micros y buses, cuando estaban caminando. Desde una ventana arrojan una bolsa con basura, que al estrellarse en la acera, explosiona cual granada frente a ellos, esparciendo la basura y ensuciando a todos alrededor. Candy horrorizada y sucia se voltea, y entre llantos, y gritos le dice a Otto “Quiero irme…ya no aguanto, quiero irme” Otto " el ex empresario" aturdido y estupefacto solo le intenta decir entre abrazos rechazados e intentos de fuga…
“No amorcito, tranquilízate mañana te llevaré a que conozcas Miraflores, Barranco y San Isidro, vas a ver que te gustará…”
Candy, la “pija” de Benidorm, lloraba y le miraba sin comprender que quería decir...
" Crónicas lejos de la tierra..."
2012