jueves, 17 de noviembre de 2016

Pepito...(segunda parte)



Pero se equivocó al pensar que todo acabaría allí. Todos en el cuartel le llamaron así desde ese día por orden del sargento. Este la tomó contra él, “Niña” a limpiar letrinas, “Niña” a pelar papas, “Niña” a lustrar las botas de los oficiales, en los ejercicios, la “Niña” hará el doble de ellos, en las caminatas de campaña la “Niña” llevará el doble del peso en su mochila y será quien mayor recorrido haga. En su primer día de franco, Pepito no salió, su uniforme no estaba limpio, dijo el sargento y  se quedó arrestado. Pepito guardaba silencio, soportando  estoicamente aquel trato. Le gustaba la marina y seguiría allí a pesar del sargento.

Pasados tres meses, la compañía de la que formaba parte, fue destacada a la base naval de la  isla San Lorenzo, frente al puerto del Callao. Donde el comandante conocido como “Carnicero”, por su rectitud y los castigos que administraba a quien faltara al reglamento, les recibió una mañana. Aquel oficial inspiraba temor, alto y blanco como un ruso, de voz fuerte aplicaba un castigo a un recluta que había intentado desertar. Le gritaba a la cara, casi le escupía, el recluta lloraba, pedía perdón. El Carnicero, indiferente ordenó un correctivo de castigo a unos infantes, quienes levantaron en vilo al desertor, llevándoselo quien sabe a dónde. Esa escena les anunció a todos que era mejor no cometer errores.  

Una noche, después de dos semanas de permanencia y duro entrenamiento naval en aquel lugar, olvidado, soportando los gritos del sargento y el "Carnicero” Pepito fue designado para hacer la guardia imaginaria en las oficinas del comandante. Luego de innumerables recomendaciones de sus compañeros Pepito se dirigió a su puesto de guardia. Pasada la medianoche por el cansancio del día se recostó sobre el umbral del despacho y cerró por un instante los ojos sin percatarse de la presencia en las sombras del sargento, quien le escrutaba en silencio.

-       ¡Atención recluta!!... – gritó el sargento. 
-       Sargento – contestó Pepito reincorporándose con dificultad.  
-       ¿Durmiendo en la guardia? – preguntó el suboficial acercando su rostro al del conscripto. 
-       No mi sargento 
-       ¿Cómo qué no? ¿Mientes? Te he visto….Estarás bajo arresto un mes, imbécil – agregó  

Pepito solo bajo la mirada, preguntadose,  como era posible que le sucediera todo ello, él solo quería ser alguien en la vida. Le gustaba el uniforme, la institución, pero porqué este hombre la tenía contra él. Decidió no decir nada más, sabía que si algo alegaba, el sargento lo usaría contra él y las consecuencias serían mayores.

-       Pero si no deseas ser arrestado “Niña”…algo podemos hacer – dijo el sargento, tomándolo por el hombro conduciéndole hacia la oscuridad del pabellón. 
-       Dígame sargento – preguntó en suplica Pepito, prestando atención a la respuesta. 
-       Mira muchacho - indicó – eres bien parecido, tus facciones son finas y eres delicado… - comenzó a decir, mientras su mano recorría la espalda de Pepito, bajando hacia donde la espalda pierde el nombre.  
-       Y que hay con eso – contestó casi desafiante e indignado el joven, dándose cuenta de las intenciones del hombre. 
-       Nada hijo…hay cosas que puedes hacer por mí – dijo el hombre palmoteando el culo del joven. 


Pepito, se detuvo, miró seria y fijamente al hombre, quien en ese momento ya no representaba ninguna autoridad para él. Levantó el fusil que tenía entre sus manos y propinó un culatazo en medio del rostro del sargento, quien en ese instante dibujaba una sonrisa libidinosa.

El sargento rodó por el suelo sorprendido por tal acción y entre gritos y como pudo esquivó otros golpes de Pepito, quien también la emprendió a puntapiés con él. Su cólera era fría, controlada, calculando los golpes, continuo con el castigo, esperando que le sujetaran sus compañeros, quienes no tardaron en hacerlo, sorprendidos por los gritos y la escena que observaron. El sargento ensangrentado, con el rostro hinchado solo profería insultos y maldiciones contra Pepito y sus compañeros. Otros sujetaron al joven quitándole el fusil de las manos. Todos en la base se levantaron a esa hora. Y ya no durmieron sobresaltados por lo sucedido.

Por la mañana fue llevado a la presencia del comandante, a quien todos temían por lo severo y exigente. El sargento fue derivado al Callao en la primera lancha, sus heridas requerían de intervención quirúrgica, tenía roto el tabique nasal y necesitaba la colocación de puntos en algunas heridas. Pepito fue arrestado y sería confinado al pozo, lugar en donde se efectuaban los arrestos. No habló cuando el rudo comandante le espeto la acción, el oficial indagó de muchas formas pero él no habló, no arguyó, ni intentó explicar su reacción. El comandante sabía que algo había hecho el sargento que provocó esta reacción, conocía de algunos excesos del sargento, pero él miraba hacia otro lado, él lo dejaba hacer, mientras no dijera las cosas que sabía de él. Pero esto jamás había sucedido,  nadie había levantado la mano a un oficial y en su comando aunque ya hubiese pasado no se quedaría sin un castigo ejemplar. 

-       Estarás arrestado por 45 días, a pan y agua, mientras duran las investigaciones, si algo tienes que decir será mejor que lo pienses y lo hagas, ese silencio te ayudará a pensar – dijo con severidad casi con rabia el oficial – ¿Algo que decir? – preguntó finalmente.
-       No mi comandante – contestó Pepito sacando el pecho, tensando el cuerpo dignamente. Lo que emocionó al comandante, quien a duras penas  alcanzó a disimular.
-       Retírese recluta – dijo con suavidad.

Transcurridos casi 30 días Pepito estaba desesperado, el lugar en el que guardaba  arresto era un pozo cavado en la tierra, de tres metros por tres metros de diámetro y cuatro de profundidad,  la comida era ínfima, tenía hambre, sed y frio, su uniforme estaba hecho harapos. El comandante le había gritado desde arriba si haría alguna declaración y él tercamente había guardado silencio. Por alguna extraña razón el sargento no había denunciado nada, le dijeron que había dicho que se había caído desde un risco pero seguía con descanso médico. Su pena ya no sería de 45 días,  le habían avisado que pronto saldría. Pero estaba desesperado, famélico y sucio apestando a orines y demás. Era sábado, pasadas las dos de la tarde,  cuando le sacaron de su confinamiento y le dijeron que vaya a la cuadra a descansar. El lunes hablarás con el comandante, le dijeron.

Pepito, arrastró sus pasos hasta los dormitorios, entró a las duchas, como pudo se bañó y se recostó en su litera, quedándose profundamente dormido. Por la noche se despertó cuando  todo estaba en silencio. Algunos reclutas como él, dormían. Se levantó y fue a la cocina por algo de comer. No había nadie y nada de comer, quienes estaban de guardia le indicaron que no debía estar por allí, como sabían de su historia, no fueron rigurosos y le dejaron estar sin molestarle más.

Sentado en la arena frente al mar Pepito musitaba “Tengo hambre y los domingos solo hay rancho para los que están de guardia, no tengo que comer…dijo ¿Qué hago?...pensó… Cuando vio pasar un gato. Pepito le llamó, este se acercó confiado, rozándole la pierna, dejándose acariciar, mimándose contra la pierna del joven, quien lo miró y cargando suavemente con él se dirigió a la cocina diciendo para si - “Lo siento amigo”… 

(Continuará...)