viernes, 23 de noviembre de 2018

La linea 36



   Como muchas mañanas subí a la línea 36 en dirección a la Av. Abancay.  Como suele suceder  con el transporte aquí, se detuvo por largos minutos en un semáforo que estaba en verde.  Varios usuarios le apuramos y el chofer impertérrito, ni siquiera se tomó la molestia de contestar, todos se callaron como si aceptaran la situación.  A  veces solo callo ante tanto abuso (que gano discutiendo con estas personas). Luego de que el semáforo indicara por dos veces la luz verde ante la parsimonia insisto de todos,  el chofer  cruzó la avenida en plena luz roja apresuradamente.  Miré hacia atrás y mi intuición no me falló, sucedía que detrás había un bus de la misma línea y eso apuró su paso.


El bus, corría raudo por las calles y avenidas del viejo distrito del Rímac. Si algo no deja de sorprenderme de las personas de aquí, es la poca importancia que las personas le dan a quien transgrede las normas. Este “señor” al volante pasaba las luces rojas con total impunidad, nadie reclamaba ni decía nada. Siempre observo y noto que para todos es normal que el bus haga carrera con el bus que ya le alcanza. En un cruce le detuvo una policía, lo sorprendente fue que hubieron voces que esta vez, reclamaron la demora y exigieron a la mujer  policía que lo dejara ir, “persigue delincuentes oye” le gritaron a la mujer de verde, “por gusto lo paran” dijo otro individuo por allí.

-  ¿Pero hace su trabajo? – dije
 - Seguro no tienes trabajo haragán – me dijo una señora – por eso te da igual que se demoré
-  Por eso estamos así señora, por no respetar las normas – contesté
-  Cállate idiota – me dijo un tipo mal trajeado desde atrás.

Decidí callarme para que las cosas no pasaran a mayores.

Le pusieron una multa al tipo que conducía. Tiró el papel por la guantera, “como si me importara” le alcancé a escuchar e inicio otra carrera porque otro bus le alcanzaba.

En esa loca carrera, llegó a la Avenida Abancay,  solicité bajar  en el paradero que está frente al Congreso. Se detuvo mientras el cobrador a gritos llamaba a los pasajeros, las personas bajaban y yo esperaba mi momento de hacerlo.  El chofer nos apremiaba prontitud para bajar, una señora con bultos bajaba cuando avanzó un par de metros. Sus bultos rodaron hacia la calle, reclamé, grité, exigí, la mujer bajo insultando al chofer, seguía yo, vi el rostro del chofer por el espejo retrovisor y adiviné su intención pues su mirada fue de cólera.

Al bajar me adelantó el bus otra vez, mi pie se dobló, caí a la acera en medio de un grito de dolor, es el tobillo que siempre me doblo, rodé por la sucia acera de la avenida Abancay. Un caballero se acercó en mi auxilio. Mi dolor era intenso y mi rabia era más grande aún. El bus ya había partido.

Ahora estoy sentado con mi tobillo hinchado, gastando en medicamentos e inyecciones.

Me pregunto como siempre, esta ciudad que es mía ¿merece este tipo de transporte?   ¿Merecemos ser tratados así? O solo son preguntas de un adulto “cascarrabias” con aires de escritor que tuvo la suerte de conocer otras ciudades. No lo sé.

Lo peor es que extrañaré mis caminatas por un tiempo.











domingo, 4 de noviembre de 2018

Calles gastadas










Camino por calles gastadas
entre frituras y gritos
por veredas sucias
entre bares y portones viejos
entre humos y Diógenes modernos
adivino que el dinero es ajeno
qué la suerte no me pertenece
que solo soy una pisada
una voz que no calla



En la muralla perdida
me dejé un sueño 
mi sordera derecha

no escucha el llanto de meretrices

me convierto en verso vivo




Mi diástole repite un nombre
mientras la ciudad que me engulle 
pasa otra noche en vela

No soy yo
es mi sombra
la que susurra un motivo

No eres tu
es la  sístole
que no conjuga con olvido






Es la ciudad que ahuyenta Cristos
mientras         yo


Finjo estar vivo