Como muchas mañanas subí a la línea 36 en
dirección a la Av. Abancay. Como suele
suceder con el transporte aquí, se
detuvo por largos minutos en un semáforo que estaba en verde. Varios usuarios le apuramos y el chofer impertérrito,
ni siquiera se tomó la molestia de contestar, todos se callaron como si
aceptaran la situación. A veces solo callo ante tanto abuso (que gano
discutiendo con estas personas). Luego de que el semáforo indicara por dos
veces la luz verde ante la parsimonia insisto de todos, el chofer
cruzó la avenida en plena luz roja apresuradamente. Miré hacia atrás y mi intuición no me falló,
sucedía que detrás había un bus de la misma línea y eso apuró su paso.
El bus, corría raudo por las calles y avenidas
del viejo distrito del Rímac. Si algo no deja de sorprenderme de las personas
de aquí, es la poca importancia que las personas le dan a quien transgrede las
normas. Este “señor” al volante pasaba las luces rojas con total impunidad,
nadie reclamaba ni decía nada. Siempre observo y noto que para todos es normal
que el bus haga carrera con el bus que ya le alcanza. En un cruce le detuvo una
policía, lo sorprendente fue que hubieron voces que esta vez, reclamaron la demora y
exigieron a la mujer policía que lo
dejara ir, “persigue delincuentes oye” le gritaron a la mujer de verde, “por
gusto lo paran” dijo otro individuo por allí.
- ¿Pero hace su trabajo? – dije
- Seguro no tienes trabajo haragán – me dijo
una señora – por eso te da igual que se demoré
- Por eso estamos así señora, por no respetar
las normas – contesté
- Cállate idiota – me dijo un tipo mal trajeado
desde atrás.
Decidí callarme para que las cosas no pasaran
a mayores.
Le pusieron una multa al tipo que conducía.
Tiró el papel por la guantera, “como si me importara” le alcancé a escuchar e
inicio otra carrera porque otro bus le alcanzaba.
En esa loca carrera, llegó a la Avenida
Abancay, solicité bajar en el paradero que está frente al Congreso.
Se detuvo mientras el cobrador a gritos llamaba a los pasajeros, las personas
bajaban y yo esperaba mi momento de hacerlo.
El chofer nos apremiaba prontitud para bajar, una señora con bultos
bajaba cuando avanzó un par de metros. Sus bultos rodaron hacia la calle, reclamé,
grité, exigí, la mujer bajo insultando al chofer, seguía yo, vi el rostro del
chofer por el espejo retrovisor y adiviné su intención pues su mirada fue de cólera.
Al bajar me adelantó el bus otra vez, mi pie
se dobló, caí a la acera en medio de un grito de dolor, es el tobillo que
siempre me doblo, rodé por la sucia acera de la avenida Abancay. Un caballero
se acercó en mi auxilio. Mi dolor era intenso y mi rabia era más grande aún. El
bus ya había partido.
Ahora estoy sentado con mi tobillo hinchado,
gastando en medicamentos e inyecciones.
Me pregunto como siempre, esta ciudad que es mía
¿merece este tipo de transporte? ¿Merecemos ser tratados así? O solo son
preguntas de un adulto “cascarrabias” con aires de escritor que tuvo la suerte
de conocer otras ciudades. No lo sé.
Lo peor es que extrañaré mis caminatas por un
tiempo.