A lo lejos recuerdo que tomé conciencia de que
tenía hermanas, cuando una mañana ambas me atendían como si fuera un bebé,
Carolina jugaba a ser mi mamá y mi hermana menor a la tía. Ambas me daban de
comer y me vestían, era un juego pero mi hermana mayor lo tomaba muy en
serio.
Para Carolina recuerdo hoy, siempre he sido
su hermanito menor, el rebelde, el impetuoso, con quien la pelea y el
desacuerdo, a parte del afecto, siempre ha sido parte de nuestro trato de
hermanos. Recuerdo a través de los años que de niños ella me besuqueaba en
exceso, orgullosa de que sea su hermano, me acompañaba y cuidaba. Le encantaba
meterse cuando podía a mi habitación a llevarse los libros que mi padre y
abuelo regalaban. Consideraba que era injusto que todos me los regalaran solo a
mí y como nunca aprendió a guardar silencio o tener tacto, decía lo que pensaba
y actuaba como quería.
De niños jugaba conmigo, compartía mi tiempo
y me seguía en las travesuras infantiles. De ella aprendí y conocí donde mi
madre escondía las galletas colombianas, los caramelos americanos y dulces del
extranjero que mi padre traía de sus viajes por el mundo, ya que era marino
mercante, y ella las escondía para que no se terminen en una sola noche.
En épocas de dictadura militar nosotros éramos privilegiados al saborear esas a
delicias que la mayoría no podía. Mi madre las escondía tan bien que luego
olvidaba donde estaban, quizás ese sentido equivocado del ahorro que poseía
ella haya marcado los conceptos de prosperidad que tuve por mucho tiempo,
aprendería con la experiencia luego de tantos golpes y desazones que “próspero
es quién más genera no quién más ahorra”.
Pero Carolina, me enseñó el arte de regresar las
envolturas con bolitas de papel higiénico para que mi madre no sospechara
que nos las comíamos, con ella aprendí a picotear los queques de vainilla, que
le encargaban a mi madre para las primeras comuniones, recuerdo que una vez
Carolina le hizo un rectángulo en el centro de uno de ellos porque la tentación
le ganó y comió de más, cuando mi madre armaba la torta encargada y giró el queque
y se encontró con el rectángulo en medio, su cólera fue mayúscula; el castigo a
mi hermana se oyó por toda la casa y alcanzó a todos los niños, hijos y primos.
Algunas otras veces de noche bajábamos a la cocina a tomarnos la gelatina para
el almuerzo del día siguiente, la misma proporción que nos tomábamos de
gelatina era regresada en agua. Al día siguiente todos criticaban la
calidad del producto y ella me miraba suplicando silencio.
De adolescentes ella se estableció en el
escritorio de la casa que estaba en el primer piso y cuando alguno se ubicaba
allí, ella reclamaba.
- Vete
a tu cuarto allí tienes escritorio - decía ella segura de sus
convicciones.
- Pero estoy usando
esta enciclopedia, termino y me voy - le respondía con terquedad sin
moverme.
- Tienes tu cuarto y
tu escritorio, Leslie estudia en el cuarto de nosotras, en su escritorio y
yo no tengo escritorio, así que estudio aquí.
- Respeta mi espacio. - decía ella esperando que
me fuera.
En su lógica todo eso era justo, pero para los
adolescentes como yo en esa época nos encantaba ir contra la lógica y la
justicia. Las discusiones que se armaban porque nadie quería ceder.
- Ese es
mi sitio - dijo un día en la cocina mientras yo tomaba lonche y veía
televisión cuando caía la tarde.
- Pero
hay otras sillas siéntate en cualquiera - le respondí fastidiado.
- No, esa
es mi silla y mi sitio - respondió tajante Carolina.
- No
jodas - contesté irritado, iniciando la discusión.
- Toma loca, enferma…. - gritaba cediendo ante
su fría y determinada actitud después de largo rato de gritos y
fundamentos que no servían.
Una semana después, tuve mi oportunidad…
- Carolina
estas en mi sitio, permiso - le decía saboreando mi oportunidad de
incordiar
- Allí hay otra silla – señaló ella mirándome fijamente.
- Pero
estás en mi sitio - respondí siguiendo la lógica de sus anteriores
argumentos.
- Estoy cómoda y no me voy a parar - decía sin levantar la mirada del
libro que leía
- Pero
siéntate en otro lugar - intervenía mi padrino
- Por qué
tengo que ceder si ella nunca lo hace, padrino - exigía mientras ella no
se inmutaba
- ¡Ella
es tu hermana mayor, respétala!!!
- gritaba mi madre golpeando la mesa injustamente
- Pero ¿? - indignado me encerraba en mi cuarto.
Ahora que recuerdo esas anécdotas, sonrío al pensar
que mi hermana desde ese entonces poseía una gran personalidad, terca como un
asno no cedía cuando estaba convencida de una idea, y no la veías
claudicar en sus principios fácilmente si su sentido de la justicia estaba
vulnerándose, eso ha hecho creo yo, que llegara a donde llegó. Ingresó a la
universidad San Marcos a estudiar psicología y fue madurando sus conceptos de
la vida. Seguíamos discutiendo por cualquier cosa, y las oportunidades de
compartir momentos y gustos eran desde entonces esporádicas, pero las
disfrutábamos.
Una mañana me escuchó decirle a mi madre que iría a
la Plaza de Acho para escuchar cantar a Silvio Rodríguez, Alberto Cortez,
Mercedes Sosa y otros cantantes de trova de los que yo era fanático,
"hermano quiero ir, te acompaño" dijo casi suplicante.
- Voy a
ir con mi enamorada (hoy madre de mi hijo) y algunos amigos de la
universidad y tú eres mayor - le respondí esquivo.
- Prometo
no molestarte - dijo ella, juntando las manos.
- Llévala
- dijo mi madre y yo la miré incómodo.
- Pero
iré a las 6 de la mañana a conseguir entradas, que son gratis para
universitarios, - insistí sin mucha convicción a punto de ceder.
- Me despertaré y te acompaño - dijo resuelta
Carolina.
Y lo hizo.
A las 5.00 am estaba tocando mi puerta
despertándome, a las 8.00 estábamos sin desayuno en la larga fila que rodeaba
la plaza de Acho, felices de estar entre tantos jóvenes como nosotros. Silvio y
sus compañeros no venían así por así a Lima y no desaprovecharíamos esa oportunidad,
eran nuestros ídolos y sus canciones acompañaban nuestra juventud rebelde y
contestataria de entonces.
Mi enamorada no fue con nosotros, se fue a una
discoteca y mis amigos tampoco, fuimos solo los dos. A las 4.00 de la
tarde, entramos al recinto y disfrutamos de un gran concierto, cantamos juntos,
saltamos, gritamos, lloramos emocionados haciendo coro a las mismas canciones
que nos gustaban y no sabíamos. Creo que ese día entendí que no solo era mi hermana,
Carolina era también mi amiga y así nos tratamos ese día, caminamos de regreso
toda la avenida Abancay, luego hasta el Estadio Nacional y desde allí a casa en
Pueblo Libre, conversando felices de lo vivido, cuanta complicidad, llegamos
cansados pero aquel día marcó nuestra relación como hermanos.
Mientras yo descontinuaba mis estudios de derecho,
ella seguía concentrada en su carrera de psicología, una noche bajé al
escritorio y le conté.
- No me
gusta lo que estudio, quiero estudiar otra cosa, no sé qué hacer -
le dije con ansiedad
- Díselo
a papá - dijo ella
- ¿Entenderá?
- pregunté
- Hazlo hermano - y me abrazó, ella sabía que
escribía en mis tiempos libres
Esa noche conversamos por horas de muchas cosas, al
final me fui a dormir convencido de que mi hermana me comprendía. Resuelto a
que si no aceptaba mi padre lo que quería, haría lo que había decidido, seguir
mis sueños.
Papá no aceptó, y yo tuve miedo de decir algo y
seguí intentando ser abogado sin mucha convicción, solo ella me decía que no
era correcto eso, que me engañaba, que debía seguir mis sueños y no lo hice
hasta mucho tiempo después, cuando entendí que era solo mi decisión.
Una mañana mi padre me ofreció viajar a Japón y yo
me negué convencido de que solo era un pretexto para separarme de la enamorada,
Carolina tomó el pasaje sin dudarlo y se fue a conocer el Asia por 8 meses.
Admiré su determinación en ese instante. Tan grande fue esa experiencia en ella
que a su regreso terminó sus estudios y enrumbó a Italia a buscarse una vida.
Mi hermana siempre ha sido mi mejor ejemplo, el faro que marcaba los pasos que
nosotros, Leslie y yo dábamos.
Llegó a Europa y al mes ingresó a la Universidad de
Perugia y estudió enfermería, y se quedó a radicar largos años allá. Pero no
fue fácil para ella y a pesar de eso nunca dejó de comunicarse conmigo, de
insistir, de señalar mis malas decisiones, de decirme las cosas directamente,
de ayudarme cuando lo necesité, de apostar por mi cuando nadie lo hacía, de
creerme y escucharme, de querer a mi hijo como si fuera suyo y ofrecerle un
futuro con ella, de ayudarme cuando algún emprendimiento iniciaba. De regañarme
cuando era necesario, pero sobretodo nunca regateo cariño para mí.
Mi otra hermana luego se fue a España y ambas
hicieron sus vidas y yo la mía aquí.
Con los años y acumulados tantos errores, pues
finalmente dejé la universidad y me dedique a trabajar y dar tumbos tercamente
buscando la felicidad fuera de mí, le dije un día “necesito viajar y empezar
otra vez” y ella buscó la forma de que se hiciera así. Convenció a nuestra
hermana y entre ambas buscaron la forma de que llegara a España y así fue. Fue
emocionante encontrarla en Madrid pues viajó desde Italia a encontrarse
conmigo, abrazarla y llorar en su hombro
fue un momento sublime. Me acompañó para conocer la ruta que haría hasta mi
primer trabajo en Madrid, me regaló su teléfono celular para comunicarme con mi
hijo y me lleno de consejos. No entendía porque decía ella que admiraba mi
temple y rebelde actitud hacia la vida, porque era yo quien la admiro más,
hasta hoy. Me contó y sugirió, "estudia en El Pontón, si te
gusta", instituto donde luego ingresé y estuve haciendo talleres de
Literatura por varias temporadas, hecho que luego influiría en mis decisiones
futuras.
Con Carolina siempre mantenemos nuestras
diferencias y posturas, ella es de las personas cautas, realistas, yo soy de
los arriesgados impetuosos que se lanza a la piscina, soñando e imaginando que
algún tesoro encontraré. Ella es de aquellas personas que han logrado salir
adelante con esfuerzo y sacrificio. Su soledad en Italia era grande y la
nostalgia por el Perú más aún. Pero a pesar de todo siempre ha seguido
adelante, con valentía y tesón, aguantando soledades y discriminaciones,
haciendo respetar su origen y con orgullo su procedencia, dándome ese ejemplo.
Carolina ha mediado siempre entre todos nosotros
pues somos una familia disfuncional, que cuando esta junta discute y cuando
está lejos se extraña. Siempre en medio buscando la conciliación y armonía
tratando que entendiera a mi padre y sus decisiones que no comprendo, tratando
que mi hermana Leslie, perdone y olvide mis veleidades y errores. Siempre
pensando en todos y poco en ella. Pero siempre siendo directa, frontal conmigo,
sin mentiras, honesta, solidaria, colocando el amor que me tiene por encima de
las diferencias.
Cuando decidí regresar a Perú, no estuvo de
acuerdo, pero me deseó la mejor de las suertes y nunca dejó de preguntarme
“¿hermano como estas?” y continuó ayudándome a la distancia. Y cuando la vida
me trató mal y la fortuna me abandonó perdiendo el rumbo, ella estuvo cerca
arengándome hasta que volví a ponerme de pie, comprendiendo que no era
nada más que la cosecha de lo que había sembrado con mis decisiones.
Entiendo ahora que no solo quiero a mi hermana. Amo
su forma terca de ser conmigo y la tenacidad de su cariño, amo sus palabras
duras cargadas de verdad, amo su presencia en mi vida, sus palabras, su
orgullo, pero amo más su ejemplo, porque es una luchadora y tengo los mismos
genes que ella.
Carolina, es un orgullo ser tu hermano.
Pero debo decir que la vida es injusta, mi hermana Carolina tiene
cáncer.
Y ella sigue luchando.
Es injusta la vida insisto, hay quienes quieren y
merecen sacar su boleto de ida y hay quienes lo tienen sin merecerlo, digo.
Por eso mi sonrisa no es la misma, la pena me
persigue y todo me parece banal, las absurdas discusiones, las inútiles y
estúpidas preguntas de quienes solo buscan el éxito y la seguridad material
para ser felices, me agobian. Los amores y promesas banales no llenan mi
corazón y me pregunto “¿por qué ella y yo no, qué tanto he hecho sufrir a las
personas?” y no hay respuesta ni entendimiento. Algunos dicen “¿Que
intransigente estás, qué resentido?” y no es así, es el fastidio de verlos
preocupados tontamente cuando tienen las oportunidades y el amor a su alrededor
y no lo valoran. No es intransigencia es solo la rabia silenciosa de estar
atrapado en esta ciudad buscando la oportunidad y los medios, que son esquivos,
para poder ir y abrazarla. No es resentimiento, quiero estar cerca de mi
hermana y dejar de lado las tonterías humanas que me rodean.
Carito, hermana como sea pronto llegaré a verte
para abrazarte y decirte lo mucho que te quiero y amo, para que nos riamos y
conversemos escuchando a Silvio, a la “negra” Mercedes Sosa, a Alberto
Cortez
Carito, siempre has sido la luz del faro que en la
oscuridad me alumbra, espérame.
Te amo hermana.